martes, 1 de junio de 2010

“Había 20 hombres y 5 mujeres detenidos”
ultima audiencia


Un ex conscripto que sirvió la comida a los prisioneros alojados en “La Cueva” declaró ayer en la última audiencia de testigos en el juicio al ex suboficial de la Fuerza Aérea acusado de crímenes de lesa humanidad. Hoy comienzan los alegatos.

El ex colimba clase 1955 realizó el servicio militar en la Base Aérea local, de enero a marzo de 1976. Durante dos semanas estuvo a cargo de servirles la comida a los detenidos desaparecidos alojados en el centro clandestino de detención (CCD) conocido como La Cueva, que funcionó en el viejo radar. “Los prisioneros estaban encerrados en una habitación con las manos atadas y encapuchados”, recordó el hombre de 55 años con acento provinciano, frente al tribunal que juzga a Gregorio Rafael Molina por delitos de lesa humanidad.

Tres veces al día y durante dos semanas, el testigo ingresaba a La cueva para servirles la comida a los detenidos ilegales. Según su relato servía la comida a la mañana, en horas de la siesta y a la noche. Les ponía en las manos el recipiente con la comida y les levantaba apenas la capucha para que pudieran comer, contó el ex conscripto.

El testigo sabe que en el periodo que le tocó “bajar” a La Cueva, los cautivos eran 25: 20 hombres y 5 mujeres. Entre ellas había una embarazada y era uno de los detenidos. Aseguró que siempre se mantuvo el mismo número de prisioneros.

También recordó que varias veces tuvo que llevarlos al baño y que nunca les vio la cara y ellos tampoco a él. “Les quitaba la capucha en la puerta del baño y cuando terminaban me avisaban y se encapuchaban de nuevo y los llevaba otra vez a la habitación”, relató.

El ex colimba que se gana la vida como changarín en su pueblo natal, no pudo recordar el nombre de los oficiales al mando de la Base, pero si dijo que le habían prohibido hablar con los prisioneros y así lo hizo. Nunca le dirigió la palabra a ninguno de ellos. Agregó que había hombres y mujeres de entre 18 y 50 años y que muchos de los varones eran más altos que él. Una de las prisionera, “una mujer petiza y fornida”, era la encargada de lavar los cacharros en los que se servía la comida.

El testigo, supo por comentarios de sus compañeros que en una oportunidad uno de los detenidos fue baleado por uno de los guardias. No pudo precisar si esa persona había muerto. Por el mes y el año en que ocurrió ese episodio, se refiere Domingo Cachiamani, un cura que provenía de Bahía Blanca. Los relatos de distintos testigos coinciden en que el sacerdote se peleó con el guardia y habría intentado arrebatarle el arma y lo mataron.

Por último, dijo que sus superiores nunca le dijeron por qué esas personas estaban detenidas en ese lugar. También recordó que cuando le tocaba hacer guardia en el sector 7, cercano a la pista de aterrizaje del aeropuerto local veía movimientos de aviones cerca de “La Cueva”, que podrían coincidir con los “vuelos de la muerte” narrados por otros colimbas en audiencias anteriores.

“Ciego, sordo y mudo”


Miguel Ángel Nicosia ya era abogado y trabajaba en La Plata cuando tuvo que presentarse en el Grupo Artillería de Defensa Antiaérea 601 (GADA 601) para hacer el servicio militar. Allí estuvo desde abril hasta agosto de ese año cuando decidió casarse para que el dieran la baja y no perder su trabajo.

Nicosia fue citado a declarar por la Fiscalía a cargo de Daniel Adler. Un sobreviviente de “La Cueva”, el actual juez Luis Rafaghelli, recordó en su declaración, la semana pasada que su amigo de la infancia le había comentado que cuando el hizo la colimba vio una lista de prisioneros en la cual estaba su nombre.

Nicosia entró al GADA como personal administrativo, no usaba uniforme y cumplía horario de 8 a 18. Luego se retiraba a dormir a su casa.

Los militares lo tenían en una oficina y aprovechaban sus conocimientos como abogado y su habilidad para escribir a máquina. No fue con la primera lista que se dio cuenta que no se trataba de nombres de conscriptos sino de detenidos. Tampoco recuerda si se lo dijeron o lo leyó. Lo cierto es que en un momento se dio cuenta que escribía a máquina, los nombres de detenidos desaparecidos que quedaban a disposición del Poder Ejecutivo Nacional (PEN).

Cierto día, contó el testigo, en una de esas listas vio el nombre de su amigo Luis Rafaghelli y quedó impactado. Recordó que vio el nombre dos o tres veces más y un día no supo más nada. No se acuerda si lo preguntó pero supo que esa lista era de detenidos trasladados, entonces supuso que había sido trasladado. No sabía que eran los traslados y tampoco preguntó.
Nicosia nunca comentó el episodio con nadie. Nunca preguntó por su amigo, tampoco recuerda el nombre de los oficiales que le entregaban esas listas para que las pasara a máquina. Sólo recuerda al ex coronel Pedro Barda, que fue quien le firmó la baja. “había una frase ahí en la colimba. Algo así como que uno debía ser ciego sordo y mudo. Cuanto menos preguntaras era mejor”, confesó el testigo.

Cuando terminó la colimba, Nicosia se juramentó que si algún día volvía a ver a Rafaghelli le iba a contar que lo había visto en una lista de detenidos en el GADA 601. Pasaron 15 años hasta que se encontraron en un tribunal de La Plata.

por Federico Desántolo

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