domingo, 30 de mayo de 2010

ALEGATOS


El martes 1 dejunio 9hs. comienza alegatos de la Fiscalía.
miercoles las querellas

sábado, 22 de mayo de 2010

“Molina era el jefe de todo”


Dos ex conscriptos de la Base Aérea aseguraron que el suboficial violaba a las cautivas, hablaron de “vuelos de la muerte” y dijeron que un juez y un abogado decidían la suerte de los detenidos

Dos colimbas clase ’57, que hicieron el servicio militar en la Base Aérea desde enero de 1976 hasta marzo del ’77, complicaron la situación del suboficial Gregorio Rafael Molina acusado de crímenes de lesa humanidad cometidos en el centro clandestino de detención (CCD) “La Cueva” que funcionó en el edificio del viejo radar.

Ambos testigos, cuyos nombres no pueden ser develados por orden de la Justicia, brindaron detalles del funcionamiento de la Base Aérea después del golpe de Estado. Además, aseguraron que como segundo responsable de Inteligencia, Molina “era el jefe de todo”. Uno de ellos vio como subían a prisioneros a un avión que regresaba vacío y el otro, dijo que el abogado Eduardo Cincotta y el juez Pedro Federico Hooft llamaban a la Base y pedían hablar con el sector de Inteligencia. De esos llamados dependía la suerte de algunos detenidos desaparecidos.

El primer testigo cumplió funciones en la compañía de servicio. Estaba a cargo del conmutador. Todas las llamadas telefónicas que entraban a la Base Aérea pasaban por él. El hombre con acento provinciano recordó que después del golpe de Estado, se habilitó un nuevo el interno, el número 2 y correspondía al viejo radar. Según el testigo, “un nido de ratas, un lugar abandonado” que acondicionaron para los detenidos desaparecidos.

Al ex colimba le tocó dos veces hacer guardia en “La Cueva”. Dijo que allí había al menos 18 personas encapuchadas y maniatadas. En una oportunidad tuvo que acompañar a uno de los detenidos al baño. Dijo ser un abogado y se ofreció para llevarle una carta a la familia. El testigo cumplió su promesa. Dejó la esquela debajo de la puerta de una casa del barrio Chauvín.

Ambos testigos dijeron que Molina representaba la autoridad en la Base Aérea. Era el segundo jefe de Inteligencia después del oficial Cerutti y siempre andaba muy armado. Aseguraron que el viejo suboficial había violado a algunas prisioneras. Participaba de los de los operativos de secuestro y lo llamaban “Charles Brondson o Sapo”. “Siempre andaba con carpetas y una tenía fotos de las personas que buscaban”. Una de esas imágenes era de un hombre que llamaban “Pájaro” y que lo acusaban de haber matado al teniente Fernando Cativa Tolosa.

Los colimbas contaron que durante la noche ingresaban autos de civil con gente encapuchada adentro y se dirigían directamente a La Cueva, al fondo del predio. También recordaron que el Casino de Oficiales era un lugar en que se alojaban presos. Lo llamaron los “presos vip”. Estaban en mejores condiciones y no eran torturados como los otros.

Los dos testigos coincidieron en que a la noche se escuchaban gritos y quejidos en La Cueva. Uno de ellos contó que había dos hombres de civil que venían desde el GADA 601 a interrogar a los detenidos.

A medida que pasaban los días, los colimbas se enteraban de aquellas cosas que en un primer momento fueron secretas y luego se transformaron en cotidianas. Los autos sin identificación llegaban con prisioneros cada vez más seguidos. Un Torino blanco, un Falcón y una Chevy eran los vehículos utilizados para los secuestros.

Según uno de los testigos, un tal “Pepé” –morocho grandote-, era quien manejaba la picana a la hora de los interrogatorios. “Los interrogatorios livianos eran a la tarde y los pesados a la noche”, dijo el ex conscripto. Sus dichos coincidieron con los de su compañero de promoción que relató que los gritos en La Cueva se escuchaban a la noche. La radio a todo volumen no podía tapar el quejido de los prisioneros durante la tortura.

Ambos reforzaron las declaraciones de una sobreviviente. Recordaron el día que una prisionera se cortó al frente tras caer de la escalera de entrada al viejo radar y los enfermeros Silva y Roldán la cosieron sin anestesia. También hablaron del asesinato de unos de los detenidos, el cura Domingo Cachiamani, que se trabó en lucha con uno de los carceleros y éste le pegó un tiro.

Los vuelos de la muerte


Uno de los testigos declaró que una noche mientras hacía guardia a unos cuantos metros de La Cueva pudo ver que un avión de la Armada que se guardaba en el hangar del aeropuerto carreteó hasta unos 150 metros de La Cueva y vio como sacaban bolsas que cargaban de a dos soldados. Eran personas semidormidas. El avión regresaba a la medía hora pero sin los prisioneros. El comentario entre los colimbas era que los arrojaban al mar.

En otra oportunidad el testigo vio que los prisioneros no eran embolsados y arrastrados sino que los sacaban con los pies maniatados y despiertos. Una vez más el avión volvió vacío.

A propósito de los vuelos de la muerte, uno de los ex conscriptos recordó que entre sus compañeros había un joven de apellido Quiroga. Había pedido prórroga para poder terminar la carrera de bioquímico. Luego hizo carrera dentro de la Fuerza Aérea y un día le confesó al grupo que se quería ir porque “el no había nacido para hacer ciertas cosas”. Le habían ordenado hacer un anestésico para adormecer a los prisioneros antes de subirlos a los aviones.

Testigo aseguró que el juez Hooft,llamaba por algunos prisioneros

Se comunicaba con la Base Aérea y pedía hablar con los oficiales que dirigían los secuestros



El conscripto que estaba a cargo del conmutador tenía la función de contestar cada llamada telefónica y derivarla a las distintas dependencias de la Base Aérea. Del GADA 601 llamaba el coronel Pedro Barda, jefe de la subzona militar XV. También lo hacía Alfredo Arrillaga, subjefe del GADA y responsable del servicio de Inteligencia de la zona. Desde la Base Naval se comunicaban Juan José Lombardo y Juan Carlos Malugani. Todos hablaban con el jefe de la Base.
Otros llamados eran directamente para los oficiales de Inteligencia Molina o Cerutti. El titular de la comisaría cuarta, el abogado Eduardo Cincotta y el juez Pedro Cornelio Federico Hooft se comunicaban seguido.

El ex colimba contó que recordaba el nombre del abogado por la firma que fabricaba neumáticos. Contó que cada vez que llamaba Cncotta “había revuelo”. El abogado pedía hablar con Cerutti o Molina. Ese día había movimiento en el Casino de Oficiales porque alguien se iba. Al rato venía el abogado y se llevaba a algunos de los “presos vip”.

Cincotta fue militante de la Concentración Universitaria Nacional (CNU) y después del golpe de Estado pasó a colaborar con la represión como informante. En el 2008 fue procesado por delitos de lesa humanidad y encarcelado. El septiembre de 2009 murió sin ser juzgado a causa de un cáncer fulminante.

Según el testigo, Hooft llamaba para informar sobre algunos recursos de amparos. Lo llamativo era que el magistrado pedía hablar con los oficiales de inteligencia, los encargados de los secuestros y no con la máxima autoridad militar en aquel entonces, el coronel Pedro Barda.

Los colimbas que sabían lo que pasaban celebraban que llamara el juez porque sabían que ese llamado implicaba que alguien era liberado. Uno de los detenidos del casino de Oficiales se iba a su casa. En más de una ocasión –contó el testigo-, el juez llamaba y como no lo podían atender avisaba que mandaba a Cincotta a la Base Aérea.

La declaración del ex conscripto refuerza algunas de las denuncias que pesan sobre el juez con pedido de juicio político. Hooft sabía que en la Base Aérea funcionaba un centro clandestino de detención que había un grupo de militares que secuestraba personas y elegía a quien liberar y a quien no. A sabiendas que aquellos que quedaban a merced de los militares terminarían muertos o desaparecidos.

Por Federico Desántolo-

viernes, 21 de mayo de 2010

Inspección ocular al C.C.D. "La Cueva"

Los jueces y las partes estuvieron ayer en el centro clandestino de detención que funcionó en la Base Aérea local para constatar los dichos de los sobrevivientes.

Los rastros de aquel infierno están ocultos: tapados con cemento, arrancadas de las paredes, disimuladas con otros muebles. Lo que fue el centro clandestino de detención (CCD) conocido como “La Cueva” es hoy un depósito de pertrechos militares.

Los jueces que juzgan al suboficial de la Fuerza Aérea, Gregorio Rafael Molina (66) acusado de dos homicidios calificados, 38 casos de secuestro y aplicación de tormentos y al menos dos violaciones, realizaron ayer a la tarde una inspección ocular al lugar donde fueron alojados, torturados y desaparecidos cientos de hombres y mujeres durante la última dictadura cívico militar.

El camino principal por el que se ingresa a la Base Aérea Militar Mar del Plata divide en dos todo el predio. Al final, a 600 metros de la entrada principal se cruza una huella de pedregullo que luego es tapada por el pasto largo. Ese camino va hasta el bunker donde funcionó el viejo radar y “La Cueva”.

La edificación fue pensada como un pequeño bunker, una loma de pasto en medio de un amplio descampado camufla la construcción subterránea. La vieja escalera que los sobrevivientes de La Cueva mencionaron a lo largo de todo el debate ya no existe. Los escalones que les obligaban a bajar a empujones para que se cayeran ahora son una rampa de cemento. A mano derecha se encontraba la sala de máquinas, que era utilizada como sala de torturas; la cocina y el baño. En la mano izquierda había seis recintos de diferentes dimensiones que eran utilizados como celdas, el acceso a dos de ellos era a través de otros, ya que no contaban con puertas que dieran directamente al pasillo.

A unos cuatro metros por debajo del suelo, hay una humedad helada y el zumbido eterno de los ventiladores que limpian el aire del pequeño edificio. Las viejas celdas no existen, algunas paredes fueron derribadas. Del baño ya no hay rastros ni rastros. Ahora todo es un enorme y laberíntico salón donde se amontonan computadoras viejas, y se improvisan aulas con pupitres y pizarrones verdes colgados de las paredes.

La inspección ocular realizada por la Conadep en 1984 permitió establecer donde estaba el baño, la sala de torturas y las celdas, a pesar de las modificaciones urgentes que realizaba el poder militar en retirada. Ayer, los jueces pudieron constatar los dichos del testigo Rodolfo Facio: “cinco pasos para ir al baño y siete para la sala de tortura”.

Las partes recorrieron “La Cueva” y cotejaron la fachada actual con las fotos tomadas en 2001, durante una nueva inspección. En aquella ocasión una sobreviviente reconoció la mesa en la cual mortificaban con picana a los detenidos y el armario donde guardaban los elementos de tortura.
El cuarto donde los prisioneros eran sometidos a interrogatorios es una habitación enorme con pequeñas ventanas en las paredes y un viejo extractor que renueva el aire y seca la humedad. Allí se reunían las cuatro o cinco voces que preguntaban y torturaban. Ahora es un depósito de ropa de fajina y enormes cajas verde oliva. Hay tiendas de campaña desarmadas y pertrechos militares.

Afuera desde un costado del bunker se puede ver el hangar del aeropuerto que nombró uno de los testigos en su testimonio. También se puede ver parte de la pista de aterrizaje. Se puede sentir el viento que mencionó el abogado Martín Garamendy, la primera vez que fue llevado para ser interrogado.

Menos de una hora bastó para que los jueces Juan Leopoldo Velázquez, Beatriz Torterola, y los conjueces Juan Carlos Paris y Martín Bava constataran los dichos de los testigos.Hoy a partir de las 9 comenzará la octava audiencia con la declaración de dos testigos. La próxima semana no habrá audiencias y el 31 de mayo, las partes esperan poder contar con la presencia del último testigo, un abogado platense que solicitó un plazo de 72 horas debido a una afección renal
"Todo sospechoso es culpable"



Luis Rafaghelli fue el testigo que inició la séptima audiencia ayer a la mañana. El actual juez del Departamento Judicial de Necochea era un joven abogado en abril de 1976 cuando un grupo de tareas compuesto por militares y policías lo fue a buscar a su estudio. Pasó 37 días detenido en la comisaría cuarta de esta ciudad y fue llevado dos veces a La Cueva para ser interrogado bajo tortura.

Rafaghelli recordó que el primer interrogatorio fue “muy primitivo” y el segundo “más detallado”,. Le preguntaban nombres de jueces y abogados. “Muchas veces insistían con el doctor Norberto Centeno, me preguntaban que opinaba de él”, contó el testigo.

El primer interrogatorio duró una hora y el segundo un poco menos. El testigo dijo que había una voz chillona que preguntaba y muchos otros que se reían a carcajadas mientras lo torturaban.
En la comisaría cuarta estuvo cautivo junto a Amilcar González, periodista y secretario general del Sindicato de Prensa de Mar del Plata, con maría Eugenia Vallejos que estaba embarazada, con maría Martínez Tecco y con su colega Martín Garmendy, entre otras personas.

Cuando lo liberaron lo llevaron a entrevistarse con el coronel Pedro barda jefe de la subzona militar XV y dueño de la vida y la muerte de los detenidos desaparecidos de la zona.

Rafaghelli recordó que lo hizo pasar a su oficina y que le dijo que quedaba en libertad pero le advirtió que si había otra denuncia en su contra “volvía otra vez pero con los pies para adelante”.
Barda tenía una Biblia sobre el escritorio, y el testigo no dudó en decirle que el comportamiento que habían tenido con él no se parecía a lo que ese libro predicaba. Sin inmutarse el coronel le dijo que se libraba una guerra y que “todo sospechoso era culpable hasta que se probara lo contrario”. Le dijo que había sido torturado durante su cautiverio y Barda respondió que era parte de la metodología.

Hoy Rafaghelli cree que lo secuestraron como una forma de represalia por su profesión. Seis días antes de su captura había ganado un juicio a favor de un delegado gremial.

“Era la autoridad le teníamos miedo”


A Roberto Oscar Pagni le tocó hacer el servicio militar en abril de 1979. Luego de un periodo de instrucción fue derivado a la Base Aérea local. Junto a otros seis conscriptos formaron el equipo de custodia del comodoro Cuello, titular del regimiento, su jefe directo era Gregorio Rafael Molina.

El escribano y ex funcionario de la administración del intendente Daniel Katz, contó ante el tribunal que Molina era la persona que se encargaba de instruirlos en tiro con diferentes armas y ejercicios para posibles enfrentamientos con “guerrilleros”.

Dijo que el imputado era un hombre muy severo y que llevaba la voz de mando dentro de la Base Aérea. Era quien daba las órdenes. “Era la autoridad le teníamos miedo”, definió Pagni.

La función del colimba de apenas 18 años era custodiar la casa y el traslado del comodoro Cuello. Debía revisar el auto cada mañana para asegurase que no haya un explosivo y debía tener siempre su pistola 11.25 con una bala en recamara y martillada por cualquier eventualidad.
Según Pagni, Molina y otro suboficial eran los únicos que ingresaban al “bunker” así llamaban al edificio del viejo radar sonde funcionaba “La Cueva”. Los conscriptos tenían prohibido pasar por allí.

Lo recordó como un hombre de humor cambiante y una sola vez lo vio borracho. Fue en la cena de despedida cuando la promoción de Pagni se iba de baja. Con algunas copas de más, Molina les contó el episodio en el que murió el teniente del Ejército Fernando Cativa Tolosa, durante un presunto enfrentamiento con un grupo Montonero. Por eso hecho culpó a un militar de apellido Cerutti, dijo que había sido “un cagón” que no acompañó a Tolosa.

Por último mencionó que Molina tenía un anillo muy grande y una pulsera de oro o plata. El anillo grande fue mencionado por otros testigos.




jueves, 20 de mayo de 2010

A sala llena, dos relatos conmovedores


El letrado es uno de los abogados desaparecidos durante la “Noche de las Corbatas”. Ambas recordaron sus vivencias como víctimas del terrorismo de Estado

La sala del Tribunal Oral Federal 1 de Mar del Plata, ayer por la tarde, se vio colmada de gente. Es que, en el marco del juicio al ex sub oficial de la Fuerza Aérea, Gregorio Rafael Molina, por delitos de lesa humanidad, se esperaban dos de los testimonios más conmovedores de la lista de testigos –exceptuando aquellos que fueron realizados a puerta cerrada-. Se trata de dos mujeres, madre e hija. Una de ellas esposa del doctor Hugo Alais, la otra su hija.

Susana Alicia Muñoz de Alais fue la primera en tener que sentarse en el estrado una vez reanudada la audiencia, alrededor de las 15.30. Entera, con sus ojos claros clavados en el tribunal, la esposa de uno de los abogados víctima de la “Noche de las Corbatas” contó sus recuerdos más dolorosos en relación a la desaparición de su marido.

El relato cronológicamente ordenado y con minuciosos detalles comenzó en la noche del 6 de julio de 1977. Alrededor de las 21, en un operativo conjunto, un importante grupo de efectivos de civil, encapuchados y muñidos de armas largas, irrumpieron en la vivienda y en el estudio del doctor Alais.

En su lugar de trabajo, los miembros de la patota lograron dar con él y con otro abogado, el doctor Camilo Ricci, con quien compartía el estudio. Allí, los miembros de la patota los engrillaron para luego cargarlos un automóvil y llevarlos a su destino de cautiverio. Cabe destacar que, el estudio de los letrados estaba emplazado en un edificio de calle Falucho al 2000, a pocas cuadras del edificio de Tribunales y a corta distancia de una de las comisarías de la Policía Bonaerense.
Paralelamente, otro grupo de iguales características ingresaba a la vivienda de Alais, donde estaban esperándolo su esposa y sus hijas, una de 3 y otra de poco más de un año. La vivienda estaba ubicada en la planta alta de la casa de los padres del abogado, por lo que la patota también irrumpió allí.

Inmediatamente, los sujetos comenzaron a preguntarle a Susana el paradero de Hugo, a la vez que encerraban a las dos pequeñas en uno de los cuartos.

Susana, desconcertada y atemorizada por lo violento de la situación, fue obligada a contestar una serie de preguntas en relación a sí conocía o no a un grupo de personas que figuraban en fotos familiares, que habían encontrado en uno de los placares de la casa.

Susana, por ese entonces trabajaba para un médico como técnica en hemoterapia. Por su profesión tenía un maletín donde guardaba sus implementos de trabajo –jeringas y otros menesteres-. Los miembros del grupo de tareas encontraron ese maletín y de forma inmediata la sometieron a una batería de preguntas al respecto.

El llanto de las niñas era incesante. Ante esto, el abuelo –que estaba en la vivienda de plata baja- pidió ir a buscarlas. Cosa que fue concedida por los captores. Cuando Alais padre subió a casa de su hija, Susana estaba encerrada en el baño y las niñas en la habitación. El abuelo tomó a sus nietas y bajó, siempre custodiado por los hombres de civil.

Alrededor de una hora después, Susana escuchó los pasos de sus captores bajar las escaleras. Minutos después, su suegro le habría la puerta del baño para liberarla.
Pasó poco tiempo, entre el desconcierto de lo vivido, hasta que el hermano del doctor Ricci llegó a la casa de familia para avisar lo que había pasado en el estudio.

Inmediatamente Alais padre y el hermano de Ricci se dirigieron al juzgado del doctor Pedro Federico Hofft para presentar los respectivos habeas corpus por el secuestro de sus familiares. El tramite judicial, después de varios días, más precisamente el 14 de julio, fue rechazado.

El aparecido

El doctor Camilo Ricci pasó dos días detenido y luego fue liberado. No pasó lo mismo con el doctor Alais, quien aún hoy se encuentra desaparecido. Ricci no fue citado a declarar por el juez Hofft en el marco del habeas corpus presentado y tampoco tomó contacto con la familia de su colega. Es más, las pertenencias de Alais fueron devueltas por un envío y no personalmente.

Recién en 1984, una vez recuperada la democracia, Susana volvió a tomar contacto con él. Si bien no quiso darle detalles de lo que sucedió durante los dos días que posiblemente compartió cautiverio con Alais, si confeccionó una carta de recomendación para que la mujer pudiera presentar un reclamo ante el Colegio de Abogados para obtener un subsidio económico.

Este es uno de los elementos centrales en la declaración de Susana Muñoz ante el tribunal. Ella, como esposa de un desaparecido sufrió el terrorismo de Estado y fue víctima de él no sólo por la desaparición de su compañero de vida, sino también por las consecuencias económicas que le trajo a su familia. Susana fue echada de su trabajo a penas el médico para el que trabajaba se enteró de lo que estaba pasando. Así, ella y sus dos pequeñas hijas tuvieron que refugiarse en la localidad de Chivilcoy desde donde continuaban su pelea por la aparición del doctor Alais.

Un militante importante

Según explicó Susana Muñoz, con el tiempo ella se enteró de lo vivido por su esposo de boca de Marta García de Candeloro, quien también fue víctima del terrorismo de Estado y le tocó compartir cautiverio con Alais. Fue ella la persona que, a través de su testimonio, ha reconstruido los vejámenes a los fue sometido el abogado dentro del centro clandestino de detención La Cueva.

También fue ella la que explicó a su familia que para lo militares Hugo Alais era un detenido importante. Por eso lo mantenían aislado y engrillado constantemente.
Su militancia dentro del frente universitario del Partido Comunista Revolucionario lo colocaba entre los cerebros que la dictadura cívico militar no iba a permitir seguir pensando.

Teniente coronel, de apellido Coronel

Lo que parece un juego de palabras es el apellido y el cargo de uno de los miembros del Ejército que atendió a Susana Muñoz en el Gada 601. Allí llegó luego de una citación en mayo de 1978 acompañada por su madre y su suegro. Allí recibió un concejo impactante: “Dígale a sus hijas que su papá falleció”. A continuación el uniformado completó su concejo con el ardid típico de la época: “A su marido lo secuestraron los guerrilleros porque seguramente quiso desertar”.

La familia no creyó la versión militar pero comenzaron a entender lo que se estaba viviendo, más aún cuando el teniente coronel sentenció ante la pregunta de Susana de qué pasaba si ella les decía eso a sus hijas y un día Hugo aparecía. "No señora, con total certeza, su esposo no va a aparecer"

El testimonio de una hija



Eleonora Alais tiene 34 años. Es una de las militantes más reconocidas de la ciudad a la hora de hablar sobre derechos humanos. Es que, si hace falta algo para eso, su conmovedora historia la ha colocado –por elección- en un rol determinante en la lucha por la memoria. Junto a “sus hermanos de la vida”, como le gusta decir, y repitió ayer frente al tribunal, Eleonora forma parte de la organización Hijos por la Identidad contra el Olvido y el Silencio.

Ella, tenía un poco más de un año aquella noche del 6 de julio cuando, junto a su hermana Gabriela lloraban sin entender demasiado lo que sucedía.

Las dos crecieron sin su padre y para poder protegerlas, tuvieron una versión de lo que sucedía que no creían demasiado. Les decían que su papá estaba trabajando en Buenos Aires o en España, pero ellas reclamaban, al menos un llamado telefónico.

Eleonora fue contundente: el Estado no protegió a las víctimas, incluso la demora en que los represores sean Juzgados son parte del desamparo que les toca vivir como víctimas del terrorismo de Estado.

Conmovedora, contundente y políticamente bien plantada la hija del doctor Alais pidió condena para los represores civiles y militares. Puso en su voz el reclamo de los hijos que hoy no tienen la posibilidad de pedir justicia porque se han suicidado o porque aún permanecen en manos de los secuestradores.

Puso su voz en la boca de los hijos de los obreros, estudiantes, intelectuales y gente de a pié que la dictadura hizo desaparecer.

El Colegio de Abogados

El doctor Rubén Junco, era el vicepresidente primero del Colegio de Abogados durante el periodo en el que se produce la fatídica noche para los letrados.

Ayer, frente al tribunal, explicó que una vez que la institución se enteró que sus colegiados habían sido secuestrados comenzó una “incansable” búsqueda.

Así llegaron a entrevistarse con el entonces ministro del Interior de la dictadura Alvaro Harguidenguy. Según declaró el testigo, en esa reunión realizada en Balcarce 50, el representante de los altos mandos militares explicó a los letrados, nombre por nombre qué pasaba con los abogados.

Valiéndose de un fichero personal de cada uno, realizaba un perfil militante de los desaparecidos para luego, en la mayoría de los casos, decir que no tenía información de qué había pasado con ellos.

Además, Junco fue uno de los que reconoció el cuerpo sin vida del doctor Centeno, otro de los letrados víctima del terrorismo de Estado. En este sentido explicó que el cadáver estaba en un estado “muy deteriorado”, incluso presentaba marcas como del accionar de alimañas. Lo más llamativo era un edema violáceo que presentaba el abogado en la zona de su tórax.

La autopsia explicó que la muerte se produjo por un derrame masivo interno. El médico que intervino, en su declaración durante el Juicio por la Verdad lo describió como “una bolsa de huesos”.


miércoles, 19 de mayo de 2010

“Se creían que eran los dueños de tu vida”



Rodolfo Facio, después de más de 30 años, sabe que en La Cueva en 5 pasos se estaba en el baño y en siete se llegaba a la sala de torturas. Ayer frente al tribunal que juzga a Gregorio Rafael Molina, recordó que durante su cautiverio caminó una vez por día esos siete pasos.


Facio que vive en el barrio Bosque Grande desde hace más de 40 años no recuerda el año exacto de su secuestro pero si sabe que fue el 12 de abril a la madrugada. Antes de llevárselo a él, la patota compuesta por personal del Ejército y Fuerza Aérea fue tres veces a su casa de Reforma Universitaria al 700. Primero se llevaron a su cuñado Rubén Rodríguez después a su primo Alberto Yansen. La tercera vez dieron con él.


El recorrido de Facio no fue distinto al de otros detenidos desaparecidos. En el baúl de una Chevy blanca que luego vio estacionada en la puerta del GADA 601, fue primero a la comisaría cuarta, luego al destacamento Jorge Newbery y por último a La Cueva, abajo del viejo radar de la Base Aérea. El testigo supo que estaba ahí al quinto día. El ruido de los aviones que llegaban y salían el aeropuerto y el silbato del referí en la cancha de Judiciales, los fines de semana fueron sus referencias espacio temporales.


Facio estuvo 23 días detenido, ayer recordó que fue en un cuarto con piso de parquet. Con él estaban un trabajador de la construcción llamado Roberto Allamanda, su cuñado Rubén Rodríguez, Ramón Fleitas y otras cinco personas de las cuales no recuerda el nombre. Si sabe que entre ellas, había una mujer. También aseguró que había una joven embarazada pero estaba en otra habitación.


Durante su cautiverio siempre estuvo encapuchado pero eso no le impidió reconocer 8 años después junto a una comisión de la Conadep, el lugar donde estuvo alojado. Allí recibía trompadas y patadas durante el día y “máquina” a la noche. En la tortura le preguntaban siempre por las mismas personas. Una de ellas era Víctor Hugo Suárez, un hombre que solía parar en la casa de su cuñada y que los militares lo sindicaban como el responsable de la muerte Fernando Cativa Tolosa, un teniente del Ejército que murió durante un enfrentamiento en octubre del ‘76.


“Desde el primer día hasta el último siempre contesté lo mismo porque era lo único que sabía”, recordó Facio ante el tribunal. La persona que lo interrogaba era la misma que lo iba a buscar a la celda y la misma que le puso la pistola en la cabeza a su hija de a penas unos meses el día que lo secuestraron. Sabe que era petizo y que tenía un acento provinciano. “Voz de mando y autoritaria, se creían que eran los dueños de tu vida”, contó el testigo.


Facio aseguró que lo secuestraron porque los militares buscaban a Suárez, pero quien les “marcó” la casa al grupo de tareas fue José Sosa, un compañero de trabajo a quien consideraba su hermano. Tiempo después supo que era un informante del Ejército.

Después de 23 días, Facio fue liberado. Le pidió a su carcelero que le dejara ver a su cuñado para avisarle que se iba. El guardia con acento correntino le dijo que seguro cuando llegara a su casa Rodríguez ya iba estar ahí e iban a festejar juntos. Su cuñado y el resto de las personas que vio en La Cueva continúan desaparecidas.

Por Federico Desántolo

sábado, 15 de mayo de 2010

"Voces que no se olvidan"



Uno de los testigos que brindaron declaración ayer reconoció por la voz al imputado como uno de los militares que lo torturó en La Cueva. Otro, también hizo referencia al ex sub oficial como uno de los jefes del centro clandestino de detención

Con cinco nuevos testimonios se realizó la quinta audiencia del juicio por delitos de lesa humanidad que tiene como imputado al ex sub oficial de la Fuerza Aérea, Gregorio Rafael Molina. Al viejo militar nacido en La Rioja se le imputan dos homicidios calificados, 38 casos de privaciones ilegitimas de la libertad agravada e imposición de tormentos y al menos dos abusos sexuales.

Dos de los cinco testigos fueron los que brindaron mayores detalles en relación a la causa y que pudieron identificar a Molina como parte del centro clandestino de detención que funcionó en la Base Aérea durante la última dictadura cívico militar.

Uno de ellos fue Julio César D´Auro, quien se hizo presente en la sala alrededor de las 17.30. Una vez frente al tribunal, D´Auro explicó los sucesos que le tocaron vivir al momento de ser secuestrado, el 19 de julio de 1976.

En esa oportunidad el testigo fue abordado por una patota en el momento en que iba a buscar a su esposa al trabajo. Allí, lo encañonaron y lo obligaron a tirarse en la parte trasera de su vehículo. Aprovechando un descuido, D´Auro logró escapar sin percatarse que en la vereda había otro sujeto armado que le cortó el camino.

En ese momento comenzó a gritar desesperadamente denunciando que lo estaban secuestrando. Al ver lo que sucedía un colectivero de que pasaba por el lugar a bordo de su unidad frenó y descendió para auxiliar al joven. Sin embargo, efectivos policiales que ya habían llegado al lugar lo golpearon y trasladaron a la comisaría cuarta.

Igual suerte le tocó vivir al testigo quien fue reducido y llevado al interior de un edificio a la espera de la llegada del jefe del operativo. Allí sentado vio ingresar a un joven de aproximadamente 30 años, vestido con un sobretodo largo. Posteriormente, el testigo pudo comprobar que ese hombre, jefe del operativo en el que había sido secuestrado, era Fernando Cativa Tolosa, oficial del Ejército a cargo del funcionamiento de La Cueva.

D´Auro fue trasladado encapuchado a la delegación de bomberos, ubicada en Salta entre Gascón y Brown, y allí pudo percibir a un grupo de hombres y mujeres gritando de dolor.

Sin embargo, ese no sería el destino final del testigo, minutos después el auto volvió a salir y, por lo que pudo percibir a través de la tela de la capucha con la que le tapaban la visión, lo llevaron camino a ruta 2 hasta que ingresaron a una especie de garaje, estrecho. Allí, lo obligan a descender del automóvil. Por los recuerdos, D´Auro refiere que caminó unos metros y por debajo de la venda logró divisar una cocina, un pasillo y una habitación donde había un camastro metálico.

Lo acostaron allí para luego someterlo a una extensa sesión de picana, en la cual le preguntaban por “El Cabezón” y “El Pájaro”, a quienes no conocía. También le preguntaban por compañeros de su militancia en la Juventud Peronista y en el Partido Peronista Auténtico.

En relación al lugar donde fue torturado en esa oportunidad, D´Auro no pudo precisar si se trataba de La Cueva o si lo habían llevado a un “famoso” chalet ubicado en la ruta 2 donde, incluso previo al golpe, se realizaban sesiones de tortura. Según el testigo, ese chalet, posteriormente fue demolido producto de la explosión de una bomba colocada no se sabe por que fuerza política.

Luego de la tortura, D´Auro volvió a ser trasladado esta vez a la comisaría cuarta. Allí, lo alojaron en un calabozo y lo mantuvieron incomunicada sin recibir alimentos de parte de la policía. Su familia aún no conocía su paradero.

Primera visita a "La Cueva"


Julio César D´Auro fue uno de los fundadores del Partido Peronista Auténtico en la ciudad. Además, fue consejero escolar y secretario del bloque de concejales del Frejuli luego del 11 de marzo del ´73 con el triunfo de Cámpora a nivel nacional.

Por esto era una persona reconocida y con muchos contactos dentro de la militancia de la época. Esto, seguramente fue lo que lo llevó más de una vez a la mesa de torturas.

Una noche, mientras estaba alojado en la comisaría cuarta, aún sin saber quiénes era sus compañeros de cautiverio, un grupo de personas lo fueron a buscar a su calabozo y lo hicieron salir por una puerta lateral que desembocaba en una especie de estacionamiento.
Allí, lo colocaron en el baúl de un automóvil viejo, con la tapa sin cerradura, atada con alambre. Esto le permitió observar a medida que viajaban el camino transitado y así pudo discernir con claridad que su destino era la Base Aérea.

El recibimiento no fue menos de lo esperado. Una vez más fue colocado en una especie de “planchada” metálica y sometido a golpes y picana. Sin embargo esta vez, en el interrogatorio pudo darse cuenta de algo particular.

Una voz enérgica le hacía constantemente la misma pregunta referida a un tema que sólo una persona, a parte de él sabía. Tiempo atrás, un amigo le pidió que saliera de garantía para alquilarle un departamento a un militante que venía a Mar del Plata escapando de la represión.

Posteriormente pudo saber que lo habían delatado. Su amigo, José “El Gallego” Fernández, había estado detenido en la comisaría cuarta dos meses antes que él y había recuperado la libertad. Al momento de ser detenido, en un allanamiento a su vivienda habían encontrado armas. “Muchos nos preguntábamos después –explicó D´Auro en su declaración- cómo había salido en libertad siendo que estaba tan comprometido”.

En La Cueva estuvo alrededor de cuatro días. De allí recuerda perfecto que había un montón de personas, encapuchados y atados con las manos adelante, sentados contra la pared, sin poder moverse. Los detenidos eran sacados de noche y llevados a las sesiones de torturas. “algunos volvían, otros no”, explicó el testigo.

Cativa Tolosa y la voz de Molina

Durante los interrogatorios a los que fue sometido en La Cueva, D´Auro pudo reconocer que la persona que daba las órdenes era ese joven de sobretodo que comandaba el grupo que lo secuestró. Además, durante los tormentos podía percibir que había otra voz particular que se movía en cercanía a la planchada de tortura. Incluso, el testigo pudo inferir que esa voz podría ser la persona que sostenía la picana bajo el mando de Cativa Tolosa.

Años después, durante las audiencias por los Juicios por la Verdad, D´Auro se llevó una gran sorpresa: Gregorio Rafael Molina fue llamado a declarar y allí escuchó la voz de su torturador. Esa voz tan particular que los testigos que las víctimas que pasaron por sus manos no pueden olvidar.

D´Auro fue trasladado nuevamente a la comisaría cuarta. En esa oportunidad lo alojaron en un pabellón junto a otros presos. Allí tomó contacto con María Eugenia Vallejo, María Inés Martínez Teco, Margarita Ferre, una joven de nombre Dolores a quien la llamaba “Lola” y otra a quien apodaban “la Chaqueña”. También estaban allí Eduardo Martínez Delfino (hoy desaparecido), Jorge Porthe, Jaime Starita (hoy desaparecido), Amílcar González, Héctor Ferrecio y un joven de la juventud comunista de quien no pudo referir el nombre.

Durante este periodo en la cuarta, gracias a que “compró” a un policía con su alianza de casamiento, D´Auro logró que su familia supiera que estaba vivo. Además comenzaron a darle de comer y recibió ropa limpia. Sin embargo, las “mejoras” en las condiciones de detención se cortaron el 9 de octubre.

La muerte de Cativa Tolosa en un enfrentamiento con la organización Montoneros, cambió la situación radicalmente. El testigo recordó que el sargento Leites, de la comisaría cuarta, les anunció que se preparaban porque “se venía la maroma”, a la vez que les mostraba el diario donde se anunciaba el deceso del militar.

Ese día, alrededor de las 19 los gritos marciales en los pasillos de la comisaría anunciaban que el presagio del sargento se estaba cumpliendo. Una patota se dirigió directamente a los calabozos y sacaron a cinco personas de los pelos. D´Auro acompañaba a Margarita Ferré, a Martínez Teco y a sus compañeros de celda Jorge Porthe y a otro más que no pudo precisar.

Los cinco fueron trasladados una vez más a La Cueva. Allí, unos días más tarde, llamaron a D´Auro por su nombre y lo llevaron a un lugar donde pudo volver a escuchar esa voz “firme, de mando, no tan potente pero especial”, que se movía cerca de Cativa Tolosa durante sus torturas. Esa voz lo volvió a interrogar, esta vez sin vejámenes, simplemente le pedía datos básicos de si ficha personal.

Poco tiempo después fue cargado en el mismo auto en el que lo habían llevado al centro clandestino y los volvieron a dejar en la comisaría cuarta para, 5 días después ser trasladado definitivamente a Sierra Chica donde quedó a disposición del Poder Ejecutivo de la Nación.

Un día de la madre especial


El 17 de octubre de 1976, no sólo fue un “día peronista” sino que también, por arbitrariedades del calendario se festejó el día de la madre. Para los detenidos desaparecidos que estaban en La Cueva, también fue un día especial.

Ese día no comieron el potaje habitual sino que les sirvieron ravioles.
Los militares a cargo del centro clandestino de detención no pudieron obviar el festejo. Muchos de ellos se alcoholizaron y acudieron a su mayor diversión: burlarse y reprimir a los desaparecidos.

Así fue como D´Auro volvió a encontrarse con la voz de su torturador. Las carcajadas borrachas de los militares llegaban desde el salón contiguo a donde él estaba detenido.

D´Auro, en su declaración afirmó que la voz ordenó a un grupo de detenidos hacer un trencito y sin quitarles la venda de los ojos los hacían correr hasta que golpeaban con las paredes o sus propios compañeros que estaban tirados en el suelo. D´Auro no dudó en decir que la voz que daba las órdenes era la misma que rondaba su cama de tortura y la que frente a una máquina de escribir le tomó declaración. D´Auro, ayer, ante el tribunal no pudo afirmar con sus ojos que esa voz sea la de Molina ya que siempre estuvo tabicado. Sin embargo, ante la pregunta de la defensa y la querella respecto de si esa voz era la misma que había oído en 2004 en los Juicios por la Verdad cuando declaró Molina. D´Auro fue contundente: “A penas lo escuche hablar esos momentos se me vinieron a la cabeza. Esas voces son difíciles de olvidar”.

El hombre del sobretodo gris

Carlos Bozzi, sobreviviente del centro clandestino de detención (CCD) La Cueva aseguró que el suboficial retirado Gregorio Rafael Molina fue quien lo secuestró junto a su socio Tomás Fresneda y a la mujer de éste en el operativo conocido como la “Noche de la Corbatas”.

El abogado declaró ayer en la quinta audiencia del juicio a Molina, suboficial mayor retirado de la Fuerza Aérea acusado de crímenes de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura cívico militar. Al viejo militar nacido en La Rioja se le imputan dos homicidios calificados, 38 casos de privaciones ilegitimas de la libertad agravada e imposición de tormentos y al menos dos abusos sexuales.

Bozzi pasó once días cautivo en La Cueva tras ser secuestrado la tarde del 8 de julio de 1977. Ayer frente al Tribunal contó que el militar que dirigió el operativo de secuestro, el que lo interrogó y el que le comunicó su libertad fue siempre la misma persona y que por determinados indicios asegura que fue Molina. Lo describió como el hombre de sobretodo gris, con una voz y perfume característicos. También lo reconocía por su anillo y los cigarrillos que fumaba.

La primera vez que el testigo vio al “hombre del sobretodo gris” fue el 8 de julio de 1977. Bozzi lo recordó como la persona que ingresó al estudio que compartía con Tomás Fresneda y le apoyó una pistola en la cara. Luego le propinó dos trompadas cuando el testigo le dijo que no sabía la dirección de la casa de su socio.

Tomás Fresneda, su mujer María de las Mercedes Argarañaz y Bozzi ingresaron a la Cueva esa misma noche. Su secuestro se incluye en el operativo denominado “Noche de las Corbatas” cuando los militares capturaron a un grupo de abogados laboralistas entre el 6 y 8 de julio del ‘77. Fresneda y su mujer continúan desaparecidos.

Antes de empezar su relato Carlos Bozzi repartió a las partes y al tribunal fotocopias de un plano de La Cueva. El testigo había señalizado cada habitación en la que estuvo durante su cautiverio.
Contó que la primera noche estuvieron los tres juntos y que los habían atado y encapuchado. Sintió que gente se iba del lugar y quedaba una radio prendida que pasó el himno nacional. Enseguida un a voz que dijo: “Portense bien que no están en su casa, no queremos matar a nadie más”. El testigo asoció esa advertencia con la muerte abogado Norberto Centeno, secuestrado y asesinado en La Cueva. El certificado de defunción está fechado el 8 de julio de 1977.

Al día siguiente un hombre se llevó a Argarañaz y a los 15 minutos la trajo a Mercedes y se llevó a Fresneda y por último a Bozzi. Era la voz del hombre del sobretodo gris, era el mismo perfume en las manos. El abogado contó que lo pusieron sobre una mesa y le ataron un cable en cada uno de los pies. Después de algunas preguntas vagas, la voz le dijo que si había mentido lo mataba.
Esa noche, calcula que era la segunda, Fresneda le contó que en el interrogatorio le dijeron que lo largaban pero que él y su mujer se quedaban. Cuando se levantó al otro día, el matrimonio Fresneda ya no estaba.

Bozzi también relató que tiempo después, ya en libertad, investigó algunas fechas y supo que durante su encierro había llevado a La Cueva a los García, un matrimonio que fue secuestrado durante julio del ‘77.

Bozzi fue liberado en medio de un simulacro que organizaron sus captores. La idea era hacerle creer a la opinión pública que los abogados habían sido secuestrados y en algunos casos asesinados por Montoneros. La voz le dijo que se habían equivocado con su secuestro. Le dijo que estaba en manos de una célula montonera y que si quería se podía unir a ellos para enfrentar al régimen militar. Bozo dijo que no y fue subido al baúl de un auto con las manos atadas y los ojos vendados. Después de un largo trecho el auto se frenó. Escuchó tiros, un quejido y un grupo de militares que lo liberó. Le dijeron “que hubo un enfrentamiento, que murieron dos extremistas y que el abogado Norberto Centeno estaba muerto en el interior del auto”. Tiempo después se supo que los supuestos “guerrilleros” eran dos jóvenes que habían sido secuestrados en La Plata.

También recordó que en ese contexto de confusión apareció el abogado Eduardo Cincotta, por esos años militante de la CNU y colaborador del coronel Pedro Barda, jefe del aparato represivo en la subzona militar XV. Murió el año pasado, víctima de un cáncer fulminante mientras se encontraba bajo prisión preventiva acusado de crímenes de lesa humanidad.

Por Bozzi, Fresneda y Argarañaz se presentó un recurso de habeas corpus en el juzgado de Pedro Federico Hooft, el tramite nunca prosperó. Bozzi fue llamado a declarar por su secuestro pero no se presentó. Vivió en Corrientes varios años hasta que regresó a la ciudad. Los diarios de la época titularon que Bozzi había sido liberado por el Ejército y que en el enfrentamiento murieron dos “extremistas”. Nunca corrigieron el error.




Violaciones en La Cueva


En su extensa declaración Julio César D´Auro explicó que por testimonio de mujeres que compartieron el cautiverio con él en la comisaría cuarta pudo saber que en el centro clandestino de detención La Cueva las mujeres eran violadas sistemáticamente.
Esto lo pudo explicar en base al relato de una víctima de estos vejámenes a quien prefirió no nombrar.

Pero no fue sólo esa mujer la que habló de sus padecimientos en aquellos días de cautiverio. D´Auro nombró al menos a tres mujeres más que fueron violadas allí. Además, contó que una presa política, por su buen vínculo con sus captores había sido llevada a una oficina y allí, una vez que le sacaron la venda, Cativa Tolosa en persona le había dicho que “los iban a matar a todos, desde las cúpulas a los perejiles”, al tiempo que le mostraba un organigrama con nombres y apellidos de los responsables y militantes de las diferentes organizaciones revolucionarias.
Además, esa mujer, le dijo al testigo que “En La Cueva pasa de todo, incluso te violan”.

por Federico Desntolo y Juan Carra

viernes, 14 de mayo de 2010

Una mujer complicó al represor

Una ex detenida desaparecida complicó la situación de Gregorio Molina al sindicarlo como la persona que abuso de ella durante su cautiverio en el centro clandestino de detención conocido como La Cueva.
La mujer eligió declarar en una audiencia en privado y que su nombre no trascienda. Ante el tribunal compuesto por Juan Leopoldo Velázquez, Beatriz Torterola, Juan Carlos Paris y Matin Bava contó que fue secuestrada durante la última dictadura cívico militar y llevada en un primer momento a la comisaría cuarta. De allí, fue traslada a La Cueva donde estuvo tres días.
La testigo relató con escalofriante detalle que cuando ingresó al edificio del viejo radar donde funcionada en centro de detención en la Base Aérea local, lo hizo encapuchada y al descender la escalera de entrada otro detenido que llegaba junto con ella fue empujado por uno de los carceleros y ambos cayeron al piso. Sufrió un corte muy grande en la frente y el supuesto médico que la atendió suturó la herida sin anestesia provocándole un dolor inmenso.
La mujer contó que fue abusada mientras estuvo cautiva y si bien no pudo ver al violador brindó una serie de detalles que permiten inferir que se trató del suboficial Gregorio Rafael Molina.
Uno de esos indicios fue el tono de voz. Ayer durante la audiencia, al menos tres testigos hicieron referencia a una persona con una voz gruesa, radial que vincularon con la persona de Molina. Otro dato aportado por la mujer fue la manera en que fue abordada por el suboficial mayor retirado que coincide con lo relatado por otras mujeres que también fueron víctimas de Molina.
Otro testigo que mencionó el nombre del imputado durante su declaración fue el abogado Alfredo “Tito” Bataglia, pocas horas después de iniciado el Golpe de Estado en su casa. Se lo llevaron en pijama y así estuvo varios días en los cuales lo trasladaron a la comisaría cuarta, a La Cueva y finalmente a la temida Unidad Penal 9 de La Plata.
Bataglia, reconocido militante comunista, pasó por varios centros de detención. Primero fue a Prefectura donde lo golpearon y simularon fusilarlo. Luego pasó por la Base Naval y por la comisaría cuarta. Ayer contó que junto a Julio Lencinas fueron los primeros detenidos alojados en el viejo radar de la Base Aérea. “Fue antes que se llamara La Cueva cuando nosotros llegamos la estaban acondicionando para alojar detenidos”, recordó Bataglia.
El abogado relató que en ese momento escuchó a varios militares mencionar el apellido de Molina como el oficial que formaría parte del grupo operativo de La Cueva.
Luego de unos días en la Base Aérea, Bataglia fue trasladado a Sierra Chica, luego a Devoto y finalmente a la UP 9 de La Plata. En el pabellón 4, destinado para los presos de origen marxista pasó el resto de su detención hasta que fue liberado en septiembre de 1977.
Otra mujer, una trabajadora del pescado, declaró que fue secuestrada en abril del 76 cuando tenía 18 años. El primer lugar de cautiverio fue el destacamento Peralta Ramos, actual comisaría quinta. Allí recibió su primera sesión de tortura: fue golpeada y abusada por sus carceleros. Luego contó que en dos oportunidades fue trasladada a La Cueva para ser interrogada junto a otros presos que se encontraban con ella en la comisaría cuarta. Después de varios días fue traslada a la cárcel de Devoto, donde permaneció hasta su liberación.
La cuarta audiencia en el juicio en contra de Molina fue inaugurada por el ingeniero Gustavo Adolfo Soprano. Fue secuestrado en un operativo en la ruta 2 cuando viajaba junto a su madre hacia esta ciudad. Los militares buscaban a su primo que tiene el mismo apellido y al hermano de un amigo suyo. Encapuchado y en la parte de atrás de un auto fue llevado directamente a La Cueva por orden del oficial del Ejército Cativa Tolosa, amo y señor del centro de detención hasta su muerte en octubre del 76.
Soprano contó que allí fue sometido a torturas físicas y psicológicas. Contó que conoció a otros detenidos y escuchó muchas veces los gritos de hombres y mujeres que eran torturadas. Uno esos episodios escuchó a una mujer y a su pequeño bebé llorar y gritar con desgarro.
Soprano permaneció 21 días secuestrados. Fueron más que suficientes para provocarles secuelas psicológicas a él y a su familia. Contó que su padre nunca se pudo reponer de su secuestro y se hundió en una profunda depresión.
Antes de finalizar su relato dijo al tribunal que los jueces tienen que poner las cosas en su lugar que el delincuente sea delincuente y la víctima sea víctima. Que el delincuente esté donde tiene que estar. Que eso aún se puede reparar a pesar de la muerte y las desapariciones.
Molina está acusado de homicidio agravado de los abogados Norberto Centeno y Jorge Roberto Candeloro; de privación ilegítima de la libertad y aplicación de tormentos y apremios ilegales de 38 personas y de violación en al menos dos casos.

por Federico Desántolo

jueves, 13 de mayo de 2010

Nuevos defensores para el represor.

Continu jueves 13 y viernes 14, a las 9hs y 15hs-

Con testimonios desgarradores y el análisis de una perito psiquiátrica sobre el ex militar se desarrolló una nueva audiencia del juicio por delitos de lesa humanidad perpetrados en nuestra ciudad.

Las conclusiones de la perito psicóloga que examinó a Gregorio Rafael Molina, imputado de crímenes de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura cívico militar, complican la situación del viejo suboficial de la Fuerza Aérea. Por su parte, un ex detenido desaparecido le pidió al acusado que “rompa el pacto mafioso de silencio” para liberar su conciencia.

La doctora Adriana Gaig entrevistó a Molina en agosto de 2007. De aquellos exámenes pudo concluir que el imputado de dos homicidios calificados, 38 secuestros, torturas y violaciones a cautivas en el centro clandestino de detención “ La Cueva ”, es una persona lúcida y ubicada en tiempo y espacio. Que distingue lo lícito de lo ilícito y lo que perjudica de lo que beneficia.

La doctora Gaig fue la primera persona en prestar declaración en la tercera audiencia en el juicio que se realiza en el Tribunal Oral Federal 1 de Mar del Plata. Delante de los jueces Juan Leopoldo Velásquez (presidente), Beatriz Torterola, Juan Carlos Paris y Martín Bava aseguró que Molina no manifestó sentirse angustiado por la situación que atravesaba en ese momento. Incluso lo notó ansioso por ver si de esa entrevista podía obtener el beneficio del arresto domiciliario.


El suboficial mayor retirado dijo que cumplió funciones como oficinista en la Base Aérea de Mar del Plata. Al igual que mucho de sus camaradas que tiene que dar explicaciones a la justicia, se inventó una tarea inocua, a pesar que varios sobrevivientes del terrorismo de Estado lo reconocen como su carcelero.

Según Gaig, Molina presenta trastornos de personalidad que influyen en su comportamiento social. También aseguró que se trata de una persona que toma sus propias decisiones y no es manejable por terceros.

En aquella entrevista, Molina negó el uso de tóxicos, incluso el alcohol. Tal vez otra estrategia para despegarse de los delitos que le imputan. Sobrevivientes de La Cueva coinciden en que el sadismo del ex agente de inteligencia de la Fuerza Aérea se multiplicaba cuando se emborrachaba, cosa que hacía seguido.

La defensa de Molina se opuso cuando el fiscal general federal Daniel Adler intentaba preguntarle a la perito si el hecho de que el imputado se haya sonreído cuando le leían las acusaciones se correspondía con sus trastornos de personalidad. Gaig no pudo responder, el presidente del tribunal no dio lugar a la pregunta.

“Sólo me buscaban a mí”

Miguel Marcelo Garrote López es licenciado en Economía y docente de la Universidad Nacional de Mar del Plata. En 1973 fue militante de Unión de Estudiantes Secundarios (UES) y en la Universidad pasó a la Juventud Universitaria Peronista (JUP). El 9 de octubre de 1976 estaba en su casa de la calle Laprida 2200 cuando un grupo de tareas compuesto por cuatro o cinco personas entraron a su casa y se lo llevaron. “Sólo me buscaban a mí. Recuerdo la cara de uno de los tipos. Tenía una cara inequívoca de milico. Pelo corto y bigotes”, contó el ex detenido al tribunal.

Ya dentro de uno de los autos que lo fueron a buscar, uno de sus captores le preguntó si sabía por qué se lo llevaban y él respondió por ser estudiante. Un cachetazo en la cabeza se anticipó al “pensá mejor pibe”.

Lo llevaron a un lugar donde tuvo que bajar una escalera para ingresar. El testigo dijo que cuando vio los informes de la Comisión nacional por la Desaparición de Personas (Conadep) descubrió que había estado en la Cueva , el centro clandestino de detención que funcionó en la Base Aérea local.

Garrote López fue secuestrado un sábado y fue interrogado por primera vez el martes. El reconoció su militancia en las organizaciones peronistas y aquella voz de auto volvió a decirle: “viste que no era solo porque estudias”.

El testigo dijo que durante el cautiverio cree haber presenciado el asesinato del cura Domingo Cacciamani que fue secuestrado dos días antes que él y que trabajaba en la Facultad de Turismo.
Recordó que el cura rezaba y se lamentaba por lo que pasaba en La Cueva y que un guardia se puso a debatir con él. El testigo sintió un golpe alguien que subía las escaleras y dos disparos. Cree que Cacciamani intentó escapar y lo mataron. El cura nunca apareció.

“El segundo interrogatorio duró una hora y fue más violento”, recordó Garrote López. Fue el día que lo liberaron y le preguntaron por “El Pájaro”, un militante que habría participado de un enfrentamiento en el que murió el teniente del Ejército Eduardo Cativa Tolosa. Conocía a dos personas con ese sobrenombre pero no sabia nada de ellos.

Luego de la tortura lo sentaron en una silla y le quitaron la capucha para hacerle una foto. En esos pocos segundos vio una pared de azulejos blancos que nunca olvidó. 30 años después cuando entró a La Cueva durante una inspección ocular vio la misma pared con los mismos azulejos.

El jueves 14 de octubre del 76 lo dejaron en la zona de Punta Mogotes. Con seis kilos menos y una apariencia fantasmal llegó a su casa. A los pocos días volvió a su puesto de trabajo en el Banco Hipotecario. El asesor letrado le dijo que le iban a descontar los seis días de ausencia por haber estado secuestrado. Hasta la vuelta de la democracia nunca tuvo un ascenso.

Solo con el tribunal y las partes, Garrote López mencionó el nombre del abogado que fue a ver su padre para que intercediera para su liberación. Era un abogado vinculado al aparato represivo del Estado. Habría mencionado a Eduardo Cincotta, el abogado ex integrante de la CNU , fallecido el año pasado e imputado de crímenes de lesa humanidad.

Antes de terminar su relato, el testigo le pidió a Molina –sin mirarlo-, que rompa “el pacto mafioso de silencio y cuente todo lo que ocurrió durante esos años, que va a ser liberador para su conciencia”. El imputado no se inmutó.

Un colimba de la JUP

Luego del cuarto intermedio, la audiencia se retomó alrededor de las 15.30 con la presencia ante el tribunal de Enrique Rodríguez quien realizó el servicio militar obligatorio entre marzo de 1976 y noviembre de 1977 en la Base Aérea local.

Según explicó el testigo, durante el periodo en el que él tuvo que estar allí pudo notar que en el edificio del viejo radar alojaban detenidos. Incluso, Rodríguez denominó al lugar como “ La Cueva ”, ya que posteriormente identificó el lugar con los dichos de detenidos desaparecidos.
Además recordó que, mientras tenía que realizar guardias nocturnas en los puestos de entrada a la Base , a él y a otros soldados los obligaban a esconderse en los momentos en que entraban o salían los “grupos de tareas”.

El testimonio del ex colimba se extendió por casi dos horas y en él detalló la vida interna de la Base Aérea local. Entre las particularidades marcadas destacó que les estaba totalmente prohibido acercarse a la zona de La Cueva , sobre todo a los soldados oriundos de Mar del Plata. En este sentido, explicó que para las tareas que era necesario realizar allí los suboficiales –quienes tenían a cargo el funcionamiento del centro clandestino de detención- designaban a los conscriptos prevenientes del interior del país. Sin embargo, una sola vez le tocó al testigo llevar una vianda de comida a La Cueva y allí constató la presencia de un joven encapuchado quien le pedía por favor que avisara de su existencia. El testigo remarco que el joven le dijo que su familia se dedicaba a fabricar dulces en la zona de Chascomús.
Otro dato sustancial aportado por el testimonio de Rodríguez tiene que ver con la existencia de los vuelos de la muerte. El testigo explicó que, una noche en la que le había tocado guardo en la torre pudo divisar la presencia de aviones bimotores de la Marina a donde subían a personas que estaban atadas.

Rodríguez fue contundente al describir a Molina: “era un loquito que andaba con tres revólveres y granadas colgando”. En este sentido hizo referencia a un chiste que se hacían entre los colimbas: “si Molina se cae explota”. Además pudo precisar que a Molina se lo conocía como “El Sapo” entre los soldados.

Además expresó que lo recuerda con carpetas en la mano y que esto no era común a otros suboficiales de la Base.

Rodríguez no dudó en decir que hubo momentos en los que escuchó gritos provenientes del viejo radar y que, además, esos gritos eran de mujer y desgarradores.
La existencia de listas con nombres de personas que eran buscadas es otro de los elementos aportados por este testimonio que posibilitó comprender cómo funcionaba el centro clandestino de detención en el interior de la Base Aérea.

Durante el testimonio el testigo recordó que en una de las salidas de los grupos de tareas pudo advertir a Eduardo Cativa Tolosa –miembro del Ejército- junto a personal de la Fuerza Aérea saliendo para un operativo y que llevaban a una joven que, en apariencia, estaba pertenecía al grupo de detenidos que estaba en la Base.

También durante la audiencia de ayer declaró Eduardo Félix Miranda quien permaneció desaparecido durante 11 días en el centro clandestino de detención “ La Cueva ”.
Mientras estaba secuestrado allí, escuchó disparos que luego supo se trata de una balacera que terminó con la muerte de un cura a quien recordó como “Domingo”. El sacerdote murió desangrado luego de horas de agonía.

Sometido a simulacros de fusilamientos y vejámenes diversos, Miranda actualmente sufre las secuelas psicológicas de aquellos años.

La mesa de tortura


El último de los testigos en comparecer ante el tribunal fue el doctor Eduardo Salerno, miembro de la Asociación Gremial de Abogados, detenido desaparecido durante la dictadura militar.
El testimonio de Salerno se caracterizó por lo concreto y contextualizado de sus recuerdos. Sobre todo, teniendo en cuenta que pudo brindar detalles minuciosos respecto del acoso represivo sobre los letrados que –incluso previo al golpe- trabajaban en pos de los derechos de los trabajadores.

En su relato, el testigo fue contundente al marcar la complicidad de un sector de la justicia con el terrorismo de Estado, entendiéndolo como un parte de un objetivo ideológico que apuntaba a terminar con los abogados que utilizaban la doctrina jurídica a favor de los sectores sociales y políticos perseguidos.

Salerno era socio del doctor Jorge Candeloro –abogado desaparecido en la Noche de las Corbatas- y junto a él intentó burlar la represión durante la década del ´70 teniendo incluso que realizar ambos un viaje a Córdoba a modo de exilio interno.

Por motivos laborales, a fines de 1974, retorna al estudio jurídico para retomar algunos casos gremiales que trabajaba junto a Candeloro. Salerno decidió realizar el viaje ya que pensaba que él no estaba tan expuesto como Candeloro. Sin embargo, una vez en el estudio, un grupo de civiles armados, que se presentaron como de la Policía Federal , ingresaron y revisaron absolutamente todo. Al mando, iba un “señor muy perfumado, elegante y con uñas propias de quien asiste a la manicura”. Este sujeto miró a los ojos a Salerno y le explicó que no lo mataban porque él iba a ser la carnada para atrapar al doctor Candeloro.

Días antes del golpe, Salerno fue detenido y alojado junto a otros abogados en la comisaría cuarta. Un grupo del Ejército, uniformados y con armas largas y cascos lo sacaron de su casa para, luego de dar una serie de vueltas donde detuvieron a más personas, lo llevaron a la comisaría mencionada. Allí se encontró con otros abogas, entre ellos el doctor Fertita.
Salerno fue alojado en un buzón, desde donde vio pasar al periodista Amílcar Gónzalez muy lastimado.

El tercer día de su detención vio a una persona con poco pelo con un traje marrón a rayas que caminaba por los pasillos del lugar con una especie de séquito detrás. Posteriormente pudo determinar que se trataba de Alfredo Arrillaga, alto mando del Ejército.
Poco después Salerno sería trasladado al centro clandestino de detención de La Cueva. Encapuchado , pudo determinar su posición por el sonido de los aviones y del tren que pasa cerca camino a Buenos Aires.

Allí, lo ataron a una mesa con patas de madera lo sometieron una constante tortura con picana eléctrica. Lo que buscaban saber era dónde estaba Jorge Candeloro y cuál era su vínculo con las organizaciones político militares de la época.

Ayer, Salerno se reencontró con parte de su pasado más terrible no sólo al recordar cada pasaje de su tortuoso cautiverio sino al reconocer en la parte trasera del Juzgado una mesa incautada como prueba que perteneció a La Cueva. El testigo fue claro, si bien no podía aseverarlo, la mesa claramente podía ser esa.

Motivo de orgullo

Dos días después del Golpe de Estado del 24 de marzo de 1976, entre 10 y 15 personas vestidas con ropas militares y de policía bonaerense se llevaron a Alberto Martín Garamendy de su casa de la avenida 2 y 89, en Necochea. Tenía 20 años y militaba en la JP luego de haber pasado por la JUP en la Facultad de Derecho de Mar del Plata. Ahora frente al tribunal, el abogado recuerda su odisea de casi un año que lo llevó hasta el “pabellón de la muerte” en la unidad penal 9 de La Plata. Sabe lo difícil que es estar en el lugar del testigo. “Este es un mal momento para mi pero bueno para toda la sociedad. Es el momento justo para sentirme orgulloso”, dijo con voz entrecortada.
Toma sorbos profundos para que el agua le limpie la angustia que le provoca evocar aquellos años y cuenta que la primera sesión de tortura fue en la oficina del comisario Héctor Bicarelli, en el destacamento de Díaz Vélez. Luego junto a otros dos compañeros de militancia –Omar Basave y Mario De Francisco-, fue trasladado a la comisaría cuarta de esta ciudad. Allí había otros detenidos, entre ellos, el periodista Amilcar González, Omar Serra, un hombre de apellido Aramburu junto su hija y una chica Martínez Tecco que estaba muy deprimida por todo lo que pasaba.

Garimendy recordó que los interrogatorios eran en otro lugar que quedaba en un descampado y que para llegar hasta la entrada recorría un camino de pedregullo y tenía que bajar una escalera. Como si fuera un sótano. Era una habitación grande con unas ventanas pequeñas. Allí fue torturado con picana al igual que el resto de sus compañeros

El primer traslado de Garamendy fue junto a Basave, Alfredo Bataglia y un dirigente del SOIP de apellido Lencinas. Por error los llevaron a Sierra Chica cuando tenían que ir a Devoto. A las pocas horas volvieron a la comisaría cuarta. De ahí en avión hasta la base aérea de El Palomar y después a Devoto.

El septiembre del 76 es trasladado junto a otros detenidos a la Unidad 9 de La Plata. Garamendy recuerda que el traslado fue muy violento. Los golpearon desde que salieron hasta que llegaron. Era un sistema carcelario muy riguroso.

Fue alojado en el pabellón 1 donde estaban los militantes de Montoneros y que luego fue conocido como el pabellón de la muerte. De allí sacaban a muchos para asesinarlos.

Fue liberado el 15 de febrero de 1977, los 21 años los cumplió en la cárcel. A los pocos días fue a ver al jefe de la zona militar, coronel Pedro Barda, quien le aconsejó que fuera buen chico, que estudiara y no se olvidara de ir a visitarlo con frecuencia. Eligió volver a la militancia y estuvo en la clandestinidad hasta el regreso de la democracia.
por Federico Desántolo- Juan Carra

martes, 11 de mayo de 2010

EL IMPUTADO, "Charles ó Sapo"

Cuando en 1975 ingresó al área de Inteligencia de la Base Aérea tenía 31 años y su concepto como militar fue revalorizado por sus superiores. Antes era un suboficial problemático. La primera sanción le llegó a los 21 años: borracho, protagonizó un escándalo en el casino de oficiales.
A Gregorio Rafael Molina, la bebida se le dio como vicio y eso preocupó en un principio a sus superiores. Los informes militares hablaban de un suboficial que tenía que ser vigilado todo el tiempo. Era un mal militar que se olvidaba de sus obligaciones y se la pasaba castigado. Pero a partir del golpe de Estado de 1976, se transformó en un agente indispensable deseado por toda la oficialidad para que cumpliera funciones bajo su cargo. Un militar ejemplar que trabajaba a destajo y a cualquier hora. La bebida ya no era un problema sino una característica más.
Su sadismo es recordado por los sobrevivientes del centro clandestino de detención “La Cueva” que funcionó en la Base Aérea. Algunos testimonios lo identifican como aquel que cuando estaba borracho era más agresivo de lo habitual durante los interrogatorios. Molina comenzará hoy a ser juzgado por secuestro, torturas, homicidio y violación.
Nació el 2 de abril de 1944 en Chilecito, La Rioja. A los 14 años viajó a Córdoba para ingresar a la Fuerza Aérea. Allí tuvo sus primeros problemas con la bebida y se dibujaba su perfil de hombre desganado y apático.
En 1974 llegó a la Base Aérea de Mar del Plata bajo el mando del comodoro Ernesto Alejandro Agustoni. Permaneció allí hasta 1982. El suboficial problemático y borracho fue un elemento indispensable en la “lucha contra la subversión”. La tortura, los asesinatos y las violaciones a mujeres indefensas fueron su especialidad.
A partir de 1975 pasó a desempeñarse en el área de Inteligencia. En declaración ante la justicia, Agustoni dijo que fue designado a colaborar para atender las necesidades del radar. Un eufemismo para nombrara al centro clandestino de detención.
A mediados de ese año, Molina recibió a los primeros detenidos ilegales: un grupo de trabajadores de Minas y Canteras que fueron alojados en el casino de oficiales.
Después del golpe de Estado en marzo del ’76 fue asignado a “carga aérea”. Fue quien organizó los traslados de detenidos de una ciudad a otra. Su jefe inmediato dijo que hacía su tarea con entusiasmo. Los colimbas lo conocían con el apodo de “Sapo”. Para los detenidos desaparecidos y compañeros del grupo de tareas era “Charles”, por su parecido con el actor Charles Bronson.
Tuvo activa participación en “La noche de las Corbatas”, ocurrida en julio de 1977 cuando la dictadura secuestró a un grupo de abogados laboralistas en menos de 48 horas.
El abogado Jorge Candeloro fue secuestrado en Neuquén junto a su esposa Marta García. En Mar del Plata corrieron la misma suerte los abogados Norberto Centeno; Tomás Fresneda, su esposa Mercedes Argañaraz, Raúl Hugo Alais, Salvador Arestín; Camilo Ricci y Carlos Bozzi.
Molina debe responder por las muertes de Centeno y Candeloro, y por las torturas sufridas por Marta García, entre otras imputaciones. Los abogados Ricci y Bozzi lograron sobrevivir. El resto continúa desaparecido.
Un informe de la Fuerza Aérea definió el comportamiento de Molina durante los años de terror: un hombre leal, constructivo y con espíritu de grupo. Buen poder de fatiga, gentil y cortés. A lo largo de infinitas declaraciones judiciales e informes militares, sus camaradas negaron que Molina cumpliera funciones en ese lugar. Intentaron protegerlo.
Los sobrevivientes de La Cueva lo recuerdan como un hombre violento y sanguinario. Integrante de los grupos de tareas que salían de cacería durante las noches de la dictadura. Recuerdan su enorme anillo que no se quitaba a la hora de golpear para causar mayor daño y dolor. Algunos sobrevivientes le vieron la cara, entre ellas, las cautivas a las que les quitaba la capucha para violarlas.

Federico Desántolo

viernes, 7 de mayo de 2010

Molina fue reconocido, como el "verdugo"

2º dia de audiencias.

La segunda audiencia del juicio que tiene como imputado al ex miembro de la Fuerza Aérea comenzó por la mañana con el testimonio de una de las mujeres que estuvo cautiva en el centro clandestino de detención “La Cueva”, que funcionaba en la Base Aérea local.
Una vez más, con la intensión de preservar la identidad e integridad de la víctima, la declaración fue a puertas cerradas y sin conocerse la identidad de la víctima.
En relación a la contundencia del testimonio esgrimido por la víctima, el fiscal Daniel Adler, explicó la declaración fue extensa y que aportó numerosos elementos probatorios para la causa.
En este sentido, uno de los abogados querellantes, resaltó que, tanto este testimonio como el que posteriormente se dio en la audiencia de la tarde, imputaron directamente a Molina. “Las dos testigos lo reconocieron porque lo vieron cuando él les levantaba la capucha para abusar de ellas”, explicó. Además, ambas, describieron la conducta de Molina como violenta y a la vez sus borracheras. Según las declaraciones, cuando Molina estaba de guardia la violencia hacia los detenidos desaparecidos aumentaba sobremanera.
Debido a la demora en la declaración en privado de la primera de las testigos del día, la segunda declaración –con las mismas características- debió realizarse por la tarde, luego de un cuarto intermedio de aproximadamente 2 horas.
Este testimonio se extendió por alrededor de una hora y media. La víctima aportó una serie de elementos sustanciales en relación a la actividad que desarrollaba Molina en La Cueva. En este sentido, Adler calificó como “terrible” la declaración vertida por la víctima a quien le tocó vivir “todo tipo de vejámenes”, al igual que los demás detenidos alojados en ese centro clandestino de detención.
El suboficial mayor retirado de la Fuerza Aérea Gregorio Rafael "charles" Molina esta imputado por el asesinato de los abogados Jorge Candeloro y Norberto Centeno; por la privación ilegítima de la libertad y los tormentos sobre 38 personas, el intento de abuso sexual sobre una mujer y por la violaciones reiteradas a dos detenidas desaparecidas.

Por Juan Carra

Al represor Molina, le renunció su defensor.



Eduardo San Emeterio esgrimió argumentos vinculados a su estado de salud. A partir de la próxima audiencia lo representará la defensora oficial Paula Muniagurria. En las declaraciones de ayer, las sobrevivientes reconocieron al represor como su verdugo

El abogado defensor del ex militar Gregorio Rafael Molina anunció ayer que dejará de representar al imputado “por razones de salud”. En reemplazo de Eduardo San Emeterio quedará Paula Muniagurria, la defensora oficial que llevaba la causa con anterioridad a que el reconocido representante de represores tomara el caso.
La posibilidad de que San Emeterio retirara el patrocinio a Molina se rumoreaba desde antes que comenzara el debate oral, argumentándose que el letrado se oponía a defender a un violador. Esta versión volvió a surgir ayer por la tarde, luego de que concluyera la primera declaración del día, a cargo de una de las mujeres detenidas desaparecida que fue violada por Molina en el centro clandestino de detención La Cueva.
En los pasillos del Tribunal Oral Federal 1 surgió la noticia: San Emeterio abandonaba el juicio. Por unos minutos reinó la incertidumbre en torno a la posibilidad de que la renuncia tuviera que ver con una estrategia de la defensa para dilatar el proceso. Sin embargo, esta hipótesis se desvaneció ni bien se reanudó la sesión y se confirmó que el miércoles próximo el debate oral continuará sin alterar el cronograma previsto. Por su parte, las tres declaraciones previstas para hoy a la tarde fueron reprogramadas para el próximo viernes.
enfoque ideológico respecto de los vejámenes sufridos en los diferentes centros clandestinos de detención.

Por, Juan Carra



jueves, 6 de mayo de 2010

El primer testimonio


Alrededor de las 15, la primera testigo del juicio, una sobreviviente de La Cueva se sentó frente a tribunal. Por orden de los jueces y por pedido de las querellas la prensa y el público no pudieron presenciar la declaración. Tampoco fue necesario pedirle al imputado que abandone la sala, por decisión propia Molina no estará presente durante la declaración de los testigos. Deberá permanecer en la celda que se encuentra en el salón contiguo.
La mayor privacidad posible a la hora de testimoniar tiene un fundamento, la mujer contó por más de tres horas el infierno que vivió en el CCD que funcionó en la Base Aérea. Parte de ese sufrimiento fueron las vejaciones a las que la sometió Molina. Una fuente judicial comentó que el testimonio fue “tremendo y lapidario”. Allí vio morir a otros prisioneros y escuchó los gritos de otros torturados. La testigo le puso nombre y apellido a detenidos y carceleros que durante muchos años fueron solo rostros y voces.
Fue la defensa de Molina quien solicitó, después de tres horas de declaración ininterrumpida, que el resto del testimonio que ya figura en la causa fuese introducido por lectura. La querella y la Fiscalía aceptaron.

El juicio continua hoy viernes 7 de mayo
. Durante la mañana las audiencias serán privadas. Otras dos víctimas de abuso sexual perpetrado por Molina están citadas a declarar.

A partir de las 15 hs. la prensa y el público en general podrá volver a la sala para escuchar a otros tres testigos. Acreditación, el publico mayor de edad con DNI, para poder ingresar.

Comenzó el juicio al Verdugo de “La Cueva”



Gregorio Rafael Molina, alias “Charles Bronson” acusado de crímenes de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura militar, dio una vez más la misma respuesta. Frente a los jueces que comenzaron a juzgarlo ayer en el Tribunal Oral Federal 1, dijo que se negaba a declarar.
Después de más de 33 años, el viejo suboficial de la Fuerza Aérea que cumplió funciones en el centro clandestino de detención (CCD) conocido como La Cueva, se sentó ayer frente a un tribunal para ser juzgado por el asesinato de los abogados Jorge Candeloro y Norberto Centeno; por la privación ilegal de la libertad y los tormentos a 38 personas; y por violaciones reiteradas a dos detenidas desaparecidas.
La primera audiencia del juicio oral y público comenzó con dos horas de atraso. En representación del ministerio público fiscal se encontraba Horacio Azzolín, el fiscal federal general Daniel Adler y el subrogante Juan Portela. Por las querellas Alfredo Josami, Alberto Rodríguez y Sivo. Eduardo San Emeterio, conocido defensor de militares en desgracia, acompañó a Molina.
Durante dos horas se leyeron las imputaciones contra Molina y la querella solicitó se tenga en cuenta nuevas pruebas. El abogado César Sivo solicitó se llame a declarar a tres ex conscriptos de la Base Aérea local que durante el periodo 76-78 vieron partir aviones cargado con prisioneros semidormidos que nunca volvieron, que saben de un militar que mató a un detenido cuando se le escapó un tiro y que tuvieron que servirle la comida a los cautivos. También propuso como nuevos testigos al hermano y una amiga de una detenida desaparecida. Al hijo de Leda Barreiro, madre de Plaza Mayo y sobreviviente de La Cueva y a Martín Fresneda, hijo del abogado Tomás Fresneda y de Mercedes Argarañaz, ambos detenidos durante “La Noche de las Corbatas”.
Como prueba documental solicitó se tenga en cuenta el informe del Nunca Más, una inspección ocular al edificio donde funcionó La Cueva y varios testimonios recolectados durante las audiencias de Juicio por la Verdad.
Por su parte, el defensor de Molina se opuso al requerimiento de la querella y la fiscalía. Desde su visión son pruebas que aportan un marco histórico pero no están dirigidas a aportar datos fehacientes sobre la inocencia o culpabilidad del imputado.
Luego de un cuarto intermedio de dos horas, el tribunal compuesto por Juan Leopoldo Velázquez, Beatriz Torterola, y los conjueces Juan Carlos Paris y Martín Bava decidió incluir la inspección ocular al centro clandestino y el informe del Nunca Más. En cuanto a la inclusión de los nuevos testigos manifestó que se irá analizando la posibilidad durante el desarrollo de las audiencias.
Molina llegó al Tribunal ubicado en la avenida Luro en un colectivo del Servicio Penitenciario Bonaerense. Sin que pudiera ingresar hasta el interior del garaje, el imputado tuvo que caminar unos metros para ingresar al tribunal. El chaleco antibala negro sobre el equipo de gimnasia azul no pudo impedir que escuchara el grito de “asesino”.
Unas 50 personas de distintas organizaciones sociales y políticas cortaron la avenida Luro para manifestar su repudio al suboficial acusado de crímenes de lesa humanidad.
Martín Fresneda hijo de uno de los abogados desaparecido durante La Noche de las Corbatas y víctima de Molina, llegó desde Córdoba para la primera audiencia del primer juicio por delitos de lesa humanidad cometidos en esta ciudad. Ante las cámaras de televisión dijo: “Este es un día histórico, es un punto de inflexión que cambiará la calidad de vida de Mar del Plata”.

Por: Federico Desantolo


"La Cueva"
Centro Clandestino de Detención, Tortura y Muerte

1976 2007

Ubicado sobre la ruta 2, en la base aérea de Mar del Plata funcionó un centro clandestino de detención, tortura y muerte conocido como el "Viejo Radar" o "La cueva". Llevaba ese nombre porque era una construcción subterránea sobre la que se erigía la torre de un viejo radar. La entrada estaba casi al ras del suelo. Los detenidos debían descender varios escalones para llegar hacia su lugar de calvario y cautiverio. "Bajé alrededor de 20 o 30 escalones, oyeron cerrar grandes puertas de hierro, supuse que el lugar estaba bajo tierra; era grande, ya que las voces retumbaban y los aviones carreteaban por encima o muy cerca", habían relatado los sobrevivientes.

Según los datos aportados por ex detenidos- desaparecidos, ese campo de concentración habría empezado a funcionar a fines de 1975 y lo habría seguido haciendo hasta 1978. "En 1976 las instalaciones fueron cedidas en préstamo por la Fuerza Aérea, al Ejercito( GADA). Siendo su primer y temido jefe, el entonces Coronel Pedro Barda, secundado por el Jefe de Inteligencia, en aquel entonces, el coronel Manuel Alfredo Arrillaga", el jefe de la fuerza aerea era 1976, comodoro Alejandro Agustoni.


Se calcula que por ese centro clandestino de detención pasaron más de 200 personas. Como sostuvo Bozzi, "La Cueva" integró un circuito de centros clandestinos de detención compuesto por la Base Naval Mar Plata, la Escuela de Suboficiales de Infantería de la Marina, la Prefectura Naval Argentina, el Cuartel de Bomberos, la Comisaría Cuarta de la Policía de la Provincia de Buenos Aires, el Destacamento 9 de Julio y el Destacamento Batán de la misma fuerza, la Unidad Regional IV de Policía, y la Brigada de Investigaciones y delegación local de la Policía Federal, entre otros.