Los jueces y las partes estuvieron ayer en el centro clandestino de detención que funcionó en la Base Aérea local para constatar los dichos de los sobrevivientes.
Los rastros de aquel infierno están ocultos: tapados con cemento, arrancadas de las paredes, disimuladas con otros muebles. Lo que fue el centro clandestino de detención (CCD) conocido como “La Cueva” es hoy un depósito de pertrechos militares.
Los jueces que juzgan al suboficial de la Fuerza Aérea, Gregorio Rafael Molina (66) acusado de dos homicidios calificados, 38 casos de secuestro y aplicación de tormentos y al menos dos violaciones, realizaron ayer a la tarde una inspección ocular al lugar donde fueron alojados, torturados y desaparecidos cientos de hombres y mujeres durante la última dictadura cívico militar.
El camino principal por el que se ingresa a la Base Aérea Militar Mar del Plata divide en dos todo el predio. Al final, a 600 metros de la entrada principal se cruza una huella de pedregullo que luego es tapada por el pasto largo. Ese camino va hasta el bunker donde funcionó el viejo radar y “La Cueva”.
La edificación fue pensada como un pequeño bunker, una loma de pasto en medio de un amplio descampado camufla la construcción subterránea. La vieja escalera que los sobrevivientes de La Cueva mencionaron a lo largo de todo el debate ya no existe. Los escalones que les obligaban a bajar a empujones para que se cayeran ahora son una rampa de cemento. A mano derecha se encontraba la sala de máquinas, que era utilizada como sala de torturas; la cocina y el baño. En la mano izquierda había seis recintos de diferentes dimensiones que eran utilizados como celdas, el acceso a dos de ellos era a través de otros, ya que no contaban con puertas que dieran directamente al pasillo.
A unos cuatro metros por debajo del suelo, hay una humedad helada y el zumbido eterno de los ventiladores que limpian el aire del pequeño edificio. Las viejas celdas no existen, algunas paredes fueron derribadas. Del baño ya no hay rastros ni rastros. Ahora todo es un enorme y laberíntico salón donde se amontonan computadoras viejas, y se improvisan aulas con pupitres y pizarrones verdes colgados de las paredes.
La inspección ocular realizada por la Conadep en 1984 permitió establecer donde estaba el baño, la sala de torturas y las celdas, a pesar de las modificaciones urgentes que realizaba el poder militar en retirada. Ayer, los jueces pudieron constatar los dichos del testigo Rodolfo Facio: “cinco pasos para ir al baño y siete para la sala de tortura”.
Las partes recorrieron “La Cueva” y cotejaron la fachada actual con las fotos tomadas en 2001, durante una nueva inspección. En aquella ocasión una sobreviviente reconoció la mesa en la cual mortificaban con picana a los detenidos y el armario donde guardaban los elementos de tortura.
El cuarto donde los prisioneros eran sometidos a interrogatorios es una habitación enorme con pequeñas ventanas en las paredes y un viejo extractor que renueva el aire y seca la humedad. Allí se reunían las cuatro o cinco voces que preguntaban y torturaban. Ahora es un depósito de ropa de fajina y enormes cajas verde oliva. Hay tiendas de campaña desarmadas y pertrechos militares.
Afuera desde un costado del bunker se puede ver el hangar del aeropuerto que nombró uno de los testigos en su testimonio. También se puede ver parte de la pista de aterrizaje. Se puede sentir el viento que mencionó el abogado Martín Garamendy, la primera vez que fue llevado para ser interrogado.
Menos de una hora bastó para que los jueces Juan Leopoldo Velázquez, Beatriz Torterola, y los conjueces Juan Carlos Paris y Martín Bava constataran los dichos de los testigos.Hoy a partir de las 9 comenzará la octava audiencia con la declaración de dos testigos. La próxima semana no habrá audiencias y el 31 de mayo, las partes esperan poder contar con la presencia del último testigo, un abogado platense que solicitó un plazo de 72 horas debido a una afección renal
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