"Voces que no se olvidan"
Uno de los testigos que brindaron declaración ayer reconoció por la voz al imputado como uno de los militares que lo torturó en La Cueva. Otro, también hizo referencia al ex sub oficial como uno de los jefes del centro clandestino de detención
Con cinco nuevos testimonios se realizó la quinta audiencia del juicio por delitos de lesa humanidad que tiene como imputado al ex sub oficial de la Fuerza Aérea, Gregorio Rafael Molina. Al viejo militar nacido en La Rioja se le imputan dos homicidios calificados, 38 casos de privaciones ilegitimas de la libertad agravada e imposición de tormentos y al menos dos abusos sexuales.
Dos de los cinco testigos fueron los que brindaron mayores detalles en relación a la causa y que pudieron identificar a Molina como parte del centro clandestino de detención que funcionó en la Base Aérea durante la última dictadura cívico militar.
Uno de ellos fue Julio César D´Auro, quien se hizo presente en la sala alrededor de las 17.30. Una vez frente al tribunal, D´Auro explicó los sucesos que le tocaron vivir al momento de ser secuestrado, el 19 de julio de 1976.
En esa oportunidad el testigo fue abordado por una patota en el momento en que iba a buscar a su esposa al trabajo. Allí, lo encañonaron y lo obligaron a tirarse en la parte trasera de su vehículo. Aprovechando un descuido, D´Auro logró escapar sin percatarse que en la vereda había otro sujeto armado que le cortó el camino.
En ese momento comenzó a gritar desesperadamente denunciando que lo estaban secuestrando. Al ver lo que sucedía un colectivero de que pasaba por el lugar a bordo de su unidad frenó y descendió para auxiliar al joven. Sin embargo, efectivos policiales que ya habían llegado al lugar lo golpearon y trasladaron a la comisaría cuarta.
Igual suerte le tocó vivir al testigo quien fue reducido y llevado al interior de un edificio a la espera de la llegada del jefe del operativo. Allí sentado vio ingresar a un joven de aproximadamente 30 años, vestido con un sobretodo largo. Posteriormente, el testigo pudo comprobar que ese hombre, jefe del operativo en el que había sido secuestrado, era Fernando Cativa Tolosa, oficial del Ejército a cargo del funcionamiento de La Cueva.
D´Auro fue trasladado encapuchado a la delegación de bomberos, ubicada en Salta entre Gascón y Brown, y allí pudo percibir a un grupo de hombres y mujeres gritando de dolor.
Sin embargo, ese no sería el destino final del testigo, minutos después el auto volvió a salir y, por lo que pudo percibir a través de la tela de la capucha con la que le tapaban la visión, lo llevaron camino a ruta 2 hasta que ingresaron a una especie de garaje, estrecho. Allí, lo obligan a descender del automóvil. Por los recuerdos, D´Auro refiere que caminó unos metros y por debajo de la venda logró divisar una cocina, un pasillo y una habitación donde había un camastro metálico.
Lo acostaron allí para luego someterlo a una extensa sesión de picana, en la cual le preguntaban por “El Cabezón” y “El Pájaro”, a quienes no conocía. También le preguntaban por compañeros de su militancia en la Juventud Peronista y en el Partido Peronista Auténtico.
En relación al lugar donde fue torturado en esa oportunidad, D´Auro no pudo precisar si se trataba de La Cueva o si lo habían llevado a un “famoso” chalet ubicado en la ruta 2 donde, incluso previo al golpe, se realizaban sesiones de tortura. Según el testigo, ese chalet, posteriormente fue demolido producto de la explosión de una bomba colocada no se sabe por que fuerza política.
Luego de la tortura, D´Auro volvió a ser trasladado esta vez a la comisaría cuarta. Allí, lo alojaron en un calabozo y lo mantuvieron incomunicada sin recibir alimentos de parte de la policía. Su familia aún no conocía su paradero.
Primera visita a "La Cueva"
Julio César D´Auro fue uno de los fundadores del Partido Peronista Auténtico en la ciudad. Además, fue consejero escolar y secretario del bloque de concejales del Frejuli luego del 11 de marzo del ´73 con el triunfo de Cámpora a nivel nacional.
Por esto era una persona reconocida y con muchos contactos dentro de la militancia de la época. Esto, seguramente fue lo que lo llevó más de una vez a la mesa de torturas.
Una noche, mientras estaba alojado en la comisaría cuarta, aún sin saber quiénes era sus compañeros de cautiverio, un grupo de personas lo fueron a buscar a su calabozo y lo hicieron salir por una puerta lateral que desembocaba en una especie de estacionamiento.
Allí, lo colocaron en el baúl de un automóvil viejo, con la tapa sin cerradura, atada con alambre. Esto le permitió observar a medida que viajaban el camino transitado y así pudo discernir con claridad que su destino era la Base Aérea.
El recibimiento no fue menos de lo esperado. Una vez más fue colocado en una especie de “planchada” metálica y sometido a golpes y picana. Sin embargo esta vez, en el interrogatorio pudo darse cuenta de algo particular.
Una voz enérgica le hacía constantemente la misma pregunta referida a un tema que sólo una persona, a parte de él sabía. Tiempo atrás, un amigo le pidió que saliera de garantía para alquilarle un departamento a un militante que venía a Mar del Plata escapando de la represión.
Posteriormente pudo saber que lo habían delatado. Su amigo, José “El Gallego” Fernández, había estado detenido en la comisaría cuarta dos meses antes que él y había recuperado la libertad. Al momento de ser detenido, en un allanamiento a su vivienda habían encontrado armas. “Muchos nos preguntábamos después –explicó D´Auro en su declaración- cómo había salido en libertad siendo que estaba tan comprometido”.
En La Cueva estuvo alrededor de cuatro días. De allí recuerda perfecto que había un montón de personas, encapuchados y atados con las manos adelante, sentados contra la pared, sin poder moverse. Los detenidos eran sacados de noche y llevados a las sesiones de torturas. “algunos volvían, otros no”, explicó el testigo.
Cativa Tolosa y la voz de Molina
Durante los interrogatorios a los que fue sometido en La Cueva, D´Auro pudo reconocer que la persona que daba las órdenes era ese joven de sobretodo que comandaba el grupo que lo secuestró. Además, durante los tormentos podía percibir que había otra voz particular que se movía en cercanía a la planchada de tortura. Incluso, el testigo pudo inferir que esa voz podría ser la persona que sostenía la picana bajo el mando de Cativa Tolosa.
Años después, durante las audiencias por los Juicios por la Verdad, D´Auro se llevó una gran sorpresa: Gregorio Rafael Molina fue llamado a declarar y allí escuchó la voz de su torturador. Esa voz tan particular que los testigos que las víctimas que pasaron por sus manos no pueden olvidar.
D´Auro fue trasladado nuevamente a la comisaría cuarta. En esa oportunidad lo alojaron en un pabellón junto a otros presos. Allí tomó contacto con María Eugenia Vallejo, María Inés Martínez Teco, Margarita Ferre, una joven de nombre Dolores a quien la llamaba “Lola” y otra a quien apodaban “la Chaqueña”. También estaban allí Eduardo Martínez Delfino (hoy desaparecido), Jorge Porthe, Jaime Starita (hoy desaparecido), Amílcar González, Héctor Ferrecio y un joven de la juventud comunista de quien no pudo referir el nombre.
Durante este periodo en la cuarta, gracias a que “compró” a un policía con su alianza de casamiento, D´Auro logró que su familia supiera que estaba vivo. Además comenzaron a darle de comer y recibió ropa limpia. Sin embargo, las “mejoras” en las condiciones de detención se cortaron el 9 de octubre.
La muerte de Cativa Tolosa en un enfrentamiento con la organización Montoneros, cambió la situación radicalmente. El testigo recordó que el sargento Leites, de la comisaría cuarta, les anunció que se preparaban porque “se venía la maroma”, a la vez que les mostraba el diario donde se anunciaba el deceso del militar.
Ese día, alrededor de las 19 los gritos marciales en los pasillos de la comisaría anunciaban que el presagio del sargento se estaba cumpliendo. Una patota se dirigió directamente a los calabozos y sacaron a cinco personas de los pelos. D´Auro acompañaba a Margarita Ferré, a Martínez Teco y a sus compañeros de celda Jorge Porthe y a otro más que no pudo precisar.
Los cinco fueron trasladados una vez más a La Cueva. Allí, unos días más tarde, llamaron a D´Auro por su nombre y lo llevaron a un lugar donde pudo volver a escuchar esa voz “firme, de mando, no tan potente pero especial”, que se movía cerca de Cativa Tolosa durante sus torturas. Esa voz lo volvió a interrogar, esta vez sin vejámenes, simplemente le pedía datos básicos de si ficha personal.
Poco tiempo después fue cargado en el mismo auto en el que lo habían llevado al centro clandestino y los volvieron a dejar en la comisaría cuarta para, 5 días después ser trasladado definitivamente a Sierra Chica donde quedó a disposición del Poder Ejecutivo de la Nación.
Un día de la madre especial
El 17 de octubre de 1976, no sólo fue un “día peronista” sino que también, por arbitrariedades del calendario se festejó el día de la madre. Para los detenidos desaparecidos que estaban en La Cueva, también fue un día especial.
Ese día no comieron el potaje habitual sino que les sirvieron ravioles.
Los militares a cargo del centro clandestino de detención no pudieron obviar el festejo. Muchos de ellos se alcoholizaron y acudieron a su mayor diversión: burlarse y reprimir a los desaparecidos.
Así fue como D´Auro volvió a encontrarse con la voz de su torturador. Las carcajadas borrachas de los militares llegaban desde el salón contiguo a donde él estaba detenido.
D´Auro, en su declaración afirmó que la voz ordenó a un grupo de detenidos hacer un trencito y sin quitarles la venda de los ojos los hacían correr hasta que golpeaban con las paredes o sus propios compañeros que estaban tirados en el suelo. D´Auro no dudó en decir que la voz que daba las órdenes era la misma que rondaba su cama de tortura y la que frente a una máquina de escribir le tomó declaración. D´Auro, ayer, ante el tribunal no pudo afirmar con sus ojos que esa voz sea la de Molina ya que siempre estuvo tabicado. Sin embargo, ante la pregunta de la defensa y la querella respecto de si esa voz era la misma que había oído en 2004 en los Juicios por la Verdad cuando declaró Molina. D´Auro fue contundente: “A penas lo escuche hablar esos momentos se me vinieron a la cabeza. Esas voces son difíciles de olvidar”.
El hombre del sobretodo gris
Carlos Bozzi, sobreviviente del centro clandestino de detención (CCD) La Cueva aseguró que el suboficial retirado Gregorio Rafael Molina fue quien lo secuestró junto a su socio Tomás Fresneda y a la mujer de éste en el operativo conocido como la “Noche de la Corbatas”.
El abogado declaró ayer en la quinta audiencia del juicio a Molina, suboficial mayor retirado de la Fuerza Aérea acusado de crímenes de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura cívico militar. Al viejo militar nacido en La Rioja se le imputan dos homicidios calificados, 38 casos de privaciones ilegitimas de la libertad agravada e imposición de tormentos y al menos dos abusos sexuales.
Bozzi pasó once días cautivo en La Cueva tras ser secuestrado la tarde del 8 de julio de 1977. Ayer frente al Tribunal contó que el militar que dirigió el operativo de secuestro, el que lo interrogó y el que le comunicó su libertad fue siempre la misma persona y que por determinados indicios asegura que fue Molina. Lo describió como el hombre de sobretodo gris, con una voz y perfume característicos. También lo reconocía por su anillo y los cigarrillos que fumaba.
La primera vez que el testigo vio al “hombre del sobretodo gris” fue el 8 de julio de 1977. Bozzi lo recordó como la persona que ingresó al estudio que compartía con Tomás Fresneda y le apoyó una pistola en la cara. Luego le propinó dos trompadas cuando el testigo le dijo que no sabía la dirección de la casa de su socio.
Tomás Fresneda, su mujer María de las Mercedes Argarañaz y Bozzi ingresaron a la Cueva esa misma noche. Su secuestro se incluye en el operativo denominado “Noche de las Corbatas” cuando los militares capturaron a un grupo de abogados laboralistas entre el 6 y 8 de julio del ‘77. Fresneda y su mujer continúan desaparecidos.
Antes de empezar su relato Carlos Bozzi repartió a las partes y al tribunal fotocopias de un plano de La Cueva. El testigo había señalizado cada habitación en la que estuvo durante su cautiverio.
Contó que la primera noche estuvieron los tres juntos y que los habían atado y encapuchado. Sintió que gente se iba del lugar y quedaba una radio prendida que pasó el himno nacional. Enseguida un a voz que dijo: “Portense bien que no están en su casa, no queremos matar a nadie más”. El testigo asoció esa advertencia con la muerte abogado Norberto Centeno, secuestrado y asesinado en La Cueva. El certificado de defunción está fechado el 8 de julio de 1977.
Al día siguiente un hombre se llevó a Argarañaz y a los 15 minutos la trajo a Mercedes y se llevó a Fresneda y por último a Bozzi. Era la voz del hombre del sobretodo gris, era el mismo perfume en las manos. El abogado contó que lo pusieron sobre una mesa y le ataron un cable en cada uno de los pies. Después de algunas preguntas vagas, la voz le dijo que si había mentido lo mataba.
Esa noche, calcula que era la segunda, Fresneda le contó que en el interrogatorio le dijeron que lo largaban pero que él y su mujer se quedaban. Cuando se levantó al otro día, el matrimonio Fresneda ya no estaba.
Bozzi también relató que tiempo después, ya en libertad, investigó algunas fechas y supo que durante su encierro había llevado a La Cueva a los García, un matrimonio que fue secuestrado durante julio del ‘77.
Bozzi fue liberado en medio de un simulacro que organizaron sus captores. La idea era hacerle creer a la opinión pública que los abogados habían sido secuestrados y en algunos casos asesinados por Montoneros. La voz le dijo que se habían equivocado con su secuestro. Le dijo que estaba en manos de una célula montonera y que si quería se podía unir a ellos para enfrentar al régimen militar. Bozo dijo que no y fue subido al baúl de un auto con las manos atadas y los ojos vendados. Después de un largo trecho el auto se frenó. Escuchó tiros, un quejido y un grupo de militares que lo liberó. Le dijeron “que hubo un enfrentamiento, que murieron dos extremistas y que el abogado Norberto Centeno estaba muerto en el interior del auto”. Tiempo después se supo que los supuestos “guerrilleros” eran dos jóvenes que habían sido secuestrados en La Plata.
También recordó que en ese contexto de confusión apareció el abogado Eduardo Cincotta, por esos años militante de la CNU y colaborador del coronel Pedro Barda, jefe del aparato represivo en la subzona militar XV. Murió el año pasado, víctima de un cáncer fulminante mientras se encontraba bajo prisión preventiva acusado de crímenes de lesa humanidad.
Por Bozzi, Fresneda y Argarañaz se presentó un recurso de habeas corpus en el juzgado de Pedro Federico Hooft, el tramite nunca prosperó. Bozzi fue llamado a declarar por su secuestro pero no se presentó. Vivió en Corrientes varios años hasta que regresó a la ciudad. Los diarios de la época titularon que Bozzi había sido liberado por el Ejército y que en el enfrentamiento murieron dos “extremistas”. Nunca corrigieron el error.
Violaciones en La Cueva
En su extensa declaración Julio César D´Auro explicó que por testimonio de mujeres que compartieron el cautiverio con él en la comisaría cuarta pudo saber que en el centro clandestino de detención La Cueva las mujeres eran violadas sistemáticamente.
Esto lo pudo explicar en base al relato de una víctima de estos vejámenes a quien prefirió no nombrar.
Pero no fue sólo esa mujer la que habló de sus padecimientos en aquellos días de cautiverio. D´Auro nombró al menos a tres mujeres más que fueron violadas allí. Además, contó que una presa política, por su buen vínculo con sus captores había sido llevada a una oficina y allí, una vez que le sacaron la venda, Cativa Tolosa en persona le había dicho que “los iban a matar a todos, desde las cúpulas a los perejiles”, al tiempo que le mostraba un organigrama con nombres y apellidos de los responsables y militantes de las diferentes organizaciones revolucionarias.
Además, esa mujer, le dijo al testigo que “En La Cueva pasa de todo, incluso te violan”.
por Federico Desntolo y Juan Carra
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