jueves, 13 de mayo de 2010

Nuevos defensores para el represor.

Continu jueves 13 y viernes 14, a las 9hs y 15hs-

Con testimonios desgarradores y el análisis de una perito psiquiátrica sobre el ex militar se desarrolló una nueva audiencia del juicio por delitos de lesa humanidad perpetrados en nuestra ciudad.

Las conclusiones de la perito psicóloga que examinó a Gregorio Rafael Molina, imputado de crímenes de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura cívico militar, complican la situación del viejo suboficial de la Fuerza Aérea. Por su parte, un ex detenido desaparecido le pidió al acusado que “rompa el pacto mafioso de silencio” para liberar su conciencia.

La doctora Adriana Gaig entrevistó a Molina en agosto de 2007. De aquellos exámenes pudo concluir que el imputado de dos homicidios calificados, 38 secuestros, torturas y violaciones a cautivas en el centro clandestino de detención “ La Cueva ”, es una persona lúcida y ubicada en tiempo y espacio. Que distingue lo lícito de lo ilícito y lo que perjudica de lo que beneficia.

La doctora Gaig fue la primera persona en prestar declaración en la tercera audiencia en el juicio que se realiza en el Tribunal Oral Federal 1 de Mar del Plata. Delante de los jueces Juan Leopoldo Velásquez (presidente), Beatriz Torterola, Juan Carlos Paris y Martín Bava aseguró que Molina no manifestó sentirse angustiado por la situación que atravesaba en ese momento. Incluso lo notó ansioso por ver si de esa entrevista podía obtener el beneficio del arresto domiciliario.


El suboficial mayor retirado dijo que cumplió funciones como oficinista en la Base Aérea de Mar del Plata. Al igual que mucho de sus camaradas que tiene que dar explicaciones a la justicia, se inventó una tarea inocua, a pesar que varios sobrevivientes del terrorismo de Estado lo reconocen como su carcelero.

Según Gaig, Molina presenta trastornos de personalidad que influyen en su comportamiento social. También aseguró que se trata de una persona que toma sus propias decisiones y no es manejable por terceros.

En aquella entrevista, Molina negó el uso de tóxicos, incluso el alcohol. Tal vez otra estrategia para despegarse de los delitos que le imputan. Sobrevivientes de La Cueva coinciden en que el sadismo del ex agente de inteligencia de la Fuerza Aérea se multiplicaba cuando se emborrachaba, cosa que hacía seguido.

La defensa de Molina se opuso cuando el fiscal general federal Daniel Adler intentaba preguntarle a la perito si el hecho de que el imputado se haya sonreído cuando le leían las acusaciones se correspondía con sus trastornos de personalidad. Gaig no pudo responder, el presidente del tribunal no dio lugar a la pregunta.

“Sólo me buscaban a mí”

Miguel Marcelo Garrote López es licenciado en Economía y docente de la Universidad Nacional de Mar del Plata. En 1973 fue militante de Unión de Estudiantes Secundarios (UES) y en la Universidad pasó a la Juventud Universitaria Peronista (JUP). El 9 de octubre de 1976 estaba en su casa de la calle Laprida 2200 cuando un grupo de tareas compuesto por cuatro o cinco personas entraron a su casa y se lo llevaron. “Sólo me buscaban a mí. Recuerdo la cara de uno de los tipos. Tenía una cara inequívoca de milico. Pelo corto y bigotes”, contó el ex detenido al tribunal.

Ya dentro de uno de los autos que lo fueron a buscar, uno de sus captores le preguntó si sabía por qué se lo llevaban y él respondió por ser estudiante. Un cachetazo en la cabeza se anticipó al “pensá mejor pibe”.

Lo llevaron a un lugar donde tuvo que bajar una escalera para ingresar. El testigo dijo que cuando vio los informes de la Comisión nacional por la Desaparición de Personas (Conadep) descubrió que había estado en la Cueva , el centro clandestino de detención que funcionó en la Base Aérea local.

Garrote López fue secuestrado un sábado y fue interrogado por primera vez el martes. El reconoció su militancia en las organizaciones peronistas y aquella voz de auto volvió a decirle: “viste que no era solo porque estudias”.

El testigo dijo que durante el cautiverio cree haber presenciado el asesinato del cura Domingo Cacciamani que fue secuestrado dos días antes que él y que trabajaba en la Facultad de Turismo.
Recordó que el cura rezaba y se lamentaba por lo que pasaba en La Cueva y que un guardia se puso a debatir con él. El testigo sintió un golpe alguien que subía las escaleras y dos disparos. Cree que Cacciamani intentó escapar y lo mataron. El cura nunca apareció.

“El segundo interrogatorio duró una hora y fue más violento”, recordó Garrote López. Fue el día que lo liberaron y le preguntaron por “El Pájaro”, un militante que habría participado de un enfrentamiento en el que murió el teniente del Ejército Eduardo Cativa Tolosa. Conocía a dos personas con ese sobrenombre pero no sabia nada de ellos.

Luego de la tortura lo sentaron en una silla y le quitaron la capucha para hacerle una foto. En esos pocos segundos vio una pared de azulejos blancos que nunca olvidó. 30 años después cuando entró a La Cueva durante una inspección ocular vio la misma pared con los mismos azulejos.

El jueves 14 de octubre del 76 lo dejaron en la zona de Punta Mogotes. Con seis kilos menos y una apariencia fantasmal llegó a su casa. A los pocos días volvió a su puesto de trabajo en el Banco Hipotecario. El asesor letrado le dijo que le iban a descontar los seis días de ausencia por haber estado secuestrado. Hasta la vuelta de la democracia nunca tuvo un ascenso.

Solo con el tribunal y las partes, Garrote López mencionó el nombre del abogado que fue a ver su padre para que intercediera para su liberación. Era un abogado vinculado al aparato represivo del Estado. Habría mencionado a Eduardo Cincotta, el abogado ex integrante de la CNU , fallecido el año pasado e imputado de crímenes de lesa humanidad.

Antes de terminar su relato, el testigo le pidió a Molina –sin mirarlo-, que rompa “el pacto mafioso de silencio y cuente todo lo que ocurrió durante esos años, que va a ser liberador para su conciencia”. El imputado no se inmutó.

Un colimba de la JUP

Luego del cuarto intermedio, la audiencia se retomó alrededor de las 15.30 con la presencia ante el tribunal de Enrique Rodríguez quien realizó el servicio militar obligatorio entre marzo de 1976 y noviembre de 1977 en la Base Aérea local.

Según explicó el testigo, durante el periodo en el que él tuvo que estar allí pudo notar que en el edificio del viejo radar alojaban detenidos. Incluso, Rodríguez denominó al lugar como “ La Cueva ”, ya que posteriormente identificó el lugar con los dichos de detenidos desaparecidos.
Además recordó que, mientras tenía que realizar guardias nocturnas en los puestos de entrada a la Base , a él y a otros soldados los obligaban a esconderse en los momentos en que entraban o salían los “grupos de tareas”.

El testimonio del ex colimba se extendió por casi dos horas y en él detalló la vida interna de la Base Aérea local. Entre las particularidades marcadas destacó que les estaba totalmente prohibido acercarse a la zona de La Cueva , sobre todo a los soldados oriundos de Mar del Plata. En este sentido, explicó que para las tareas que era necesario realizar allí los suboficiales –quienes tenían a cargo el funcionamiento del centro clandestino de detención- designaban a los conscriptos prevenientes del interior del país. Sin embargo, una sola vez le tocó al testigo llevar una vianda de comida a La Cueva y allí constató la presencia de un joven encapuchado quien le pedía por favor que avisara de su existencia. El testigo remarco que el joven le dijo que su familia se dedicaba a fabricar dulces en la zona de Chascomús.
Otro dato sustancial aportado por el testimonio de Rodríguez tiene que ver con la existencia de los vuelos de la muerte. El testigo explicó que, una noche en la que le había tocado guardo en la torre pudo divisar la presencia de aviones bimotores de la Marina a donde subían a personas que estaban atadas.

Rodríguez fue contundente al describir a Molina: “era un loquito que andaba con tres revólveres y granadas colgando”. En este sentido hizo referencia a un chiste que se hacían entre los colimbas: “si Molina se cae explota”. Además pudo precisar que a Molina se lo conocía como “El Sapo” entre los soldados.

Además expresó que lo recuerda con carpetas en la mano y que esto no era común a otros suboficiales de la Base.

Rodríguez no dudó en decir que hubo momentos en los que escuchó gritos provenientes del viejo radar y que, además, esos gritos eran de mujer y desgarradores.
La existencia de listas con nombres de personas que eran buscadas es otro de los elementos aportados por este testimonio que posibilitó comprender cómo funcionaba el centro clandestino de detención en el interior de la Base Aérea.

Durante el testimonio el testigo recordó que en una de las salidas de los grupos de tareas pudo advertir a Eduardo Cativa Tolosa –miembro del Ejército- junto a personal de la Fuerza Aérea saliendo para un operativo y que llevaban a una joven que, en apariencia, estaba pertenecía al grupo de detenidos que estaba en la Base.

También durante la audiencia de ayer declaró Eduardo Félix Miranda quien permaneció desaparecido durante 11 días en el centro clandestino de detención “ La Cueva ”.
Mientras estaba secuestrado allí, escuchó disparos que luego supo se trata de una balacera que terminó con la muerte de un cura a quien recordó como “Domingo”. El sacerdote murió desangrado luego de horas de agonía.

Sometido a simulacros de fusilamientos y vejámenes diversos, Miranda actualmente sufre las secuelas psicológicas de aquellos años.

La mesa de tortura


El último de los testigos en comparecer ante el tribunal fue el doctor Eduardo Salerno, miembro de la Asociación Gremial de Abogados, detenido desaparecido durante la dictadura militar.
El testimonio de Salerno se caracterizó por lo concreto y contextualizado de sus recuerdos. Sobre todo, teniendo en cuenta que pudo brindar detalles minuciosos respecto del acoso represivo sobre los letrados que –incluso previo al golpe- trabajaban en pos de los derechos de los trabajadores.

En su relato, el testigo fue contundente al marcar la complicidad de un sector de la justicia con el terrorismo de Estado, entendiéndolo como un parte de un objetivo ideológico que apuntaba a terminar con los abogados que utilizaban la doctrina jurídica a favor de los sectores sociales y políticos perseguidos.

Salerno era socio del doctor Jorge Candeloro –abogado desaparecido en la Noche de las Corbatas- y junto a él intentó burlar la represión durante la década del ´70 teniendo incluso que realizar ambos un viaje a Córdoba a modo de exilio interno.

Por motivos laborales, a fines de 1974, retorna al estudio jurídico para retomar algunos casos gremiales que trabajaba junto a Candeloro. Salerno decidió realizar el viaje ya que pensaba que él no estaba tan expuesto como Candeloro. Sin embargo, una vez en el estudio, un grupo de civiles armados, que se presentaron como de la Policía Federal , ingresaron y revisaron absolutamente todo. Al mando, iba un “señor muy perfumado, elegante y con uñas propias de quien asiste a la manicura”. Este sujeto miró a los ojos a Salerno y le explicó que no lo mataban porque él iba a ser la carnada para atrapar al doctor Candeloro.

Días antes del golpe, Salerno fue detenido y alojado junto a otros abogados en la comisaría cuarta. Un grupo del Ejército, uniformados y con armas largas y cascos lo sacaron de su casa para, luego de dar una serie de vueltas donde detuvieron a más personas, lo llevaron a la comisaría mencionada. Allí se encontró con otros abogas, entre ellos el doctor Fertita.
Salerno fue alojado en un buzón, desde donde vio pasar al periodista Amílcar Gónzalez muy lastimado.

El tercer día de su detención vio a una persona con poco pelo con un traje marrón a rayas que caminaba por los pasillos del lugar con una especie de séquito detrás. Posteriormente pudo determinar que se trataba de Alfredo Arrillaga, alto mando del Ejército.
Poco después Salerno sería trasladado al centro clandestino de detención de La Cueva. Encapuchado , pudo determinar su posición por el sonido de los aviones y del tren que pasa cerca camino a Buenos Aires.

Allí, lo ataron a una mesa con patas de madera lo sometieron una constante tortura con picana eléctrica. Lo que buscaban saber era dónde estaba Jorge Candeloro y cuál era su vínculo con las organizaciones político militares de la época.

Ayer, Salerno se reencontró con parte de su pasado más terrible no sólo al recordar cada pasaje de su tortuoso cautiverio sino al reconocer en la parte trasera del Juzgado una mesa incautada como prueba que perteneció a La Cueva. El testigo fue claro, si bien no podía aseverarlo, la mesa claramente podía ser esa.

Motivo de orgullo

Dos días después del Golpe de Estado del 24 de marzo de 1976, entre 10 y 15 personas vestidas con ropas militares y de policía bonaerense se llevaron a Alberto Martín Garamendy de su casa de la avenida 2 y 89, en Necochea. Tenía 20 años y militaba en la JP luego de haber pasado por la JUP en la Facultad de Derecho de Mar del Plata. Ahora frente al tribunal, el abogado recuerda su odisea de casi un año que lo llevó hasta el “pabellón de la muerte” en la unidad penal 9 de La Plata. Sabe lo difícil que es estar en el lugar del testigo. “Este es un mal momento para mi pero bueno para toda la sociedad. Es el momento justo para sentirme orgulloso”, dijo con voz entrecortada.
Toma sorbos profundos para que el agua le limpie la angustia que le provoca evocar aquellos años y cuenta que la primera sesión de tortura fue en la oficina del comisario Héctor Bicarelli, en el destacamento de Díaz Vélez. Luego junto a otros dos compañeros de militancia –Omar Basave y Mario De Francisco-, fue trasladado a la comisaría cuarta de esta ciudad. Allí había otros detenidos, entre ellos, el periodista Amilcar González, Omar Serra, un hombre de apellido Aramburu junto su hija y una chica Martínez Tecco que estaba muy deprimida por todo lo que pasaba.

Garimendy recordó que los interrogatorios eran en otro lugar que quedaba en un descampado y que para llegar hasta la entrada recorría un camino de pedregullo y tenía que bajar una escalera. Como si fuera un sótano. Era una habitación grande con unas ventanas pequeñas. Allí fue torturado con picana al igual que el resto de sus compañeros

El primer traslado de Garamendy fue junto a Basave, Alfredo Bataglia y un dirigente del SOIP de apellido Lencinas. Por error los llevaron a Sierra Chica cuando tenían que ir a Devoto. A las pocas horas volvieron a la comisaría cuarta. De ahí en avión hasta la base aérea de El Palomar y después a Devoto.

El septiembre del 76 es trasladado junto a otros detenidos a la Unidad 9 de La Plata. Garamendy recuerda que el traslado fue muy violento. Los golpearon desde que salieron hasta que llegaron. Era un sistema carcelario muy riguroso.

Fue alojado en el pabellón 1 donde estaban los militantes de Montoneros y que luego fue conocido como el pabellón de la muerte. De allí sacaban a muchos para asesinarlos.

Fue liberado el 15 de febrero de 1977, los 21 años los cumplió en la cárcel. A los pocos días fue a ver al jefe de la zona militar, coronel Pedro Barda, quien le aconsejó que fuera buen chico, que estudiara y no se olvidara de ir a visitarlo con frecuencia. Eligió volver a la militancia y estuvo en la clandestinidad hasta el regreso de la democracia.
por Federico Desántolo- Juan Carra

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