sábado, 22 de mayo de 2010

“Molina era el jefe de todo”


Dos ex conscriptos de la Base Aérea aseguraron que el suboficial violaba a las cautivas, hablaron de “vuelos de la muerte” y dijeron que un juez y un abogado decidían la suerte de los detenidos

Dos colimbas clase ’57, que hicieron el servicio militar en la Base Aérea desde enero de 1976 hasta marzo del ’77, complicaron la situación del suboficial Gregorio Rafael Molina acusado de crímenes de lesa humanidad cometidos en el centro clandestino de detención (CCD) “La Cueva” que funcionó en el edificio del viejo radar.

Ambos testigos, cuyos nombres no pueden ser develados por orden de la Justicia, brindaron detalles del funcionamiento de la Base Aérea después del golpe de Estado. Además, aseguraron que como segundo responsable de Inteligencia, Molina “era el jefe de todo”. Uno de ellos vio como subían a prisioneros a un avión que regresaba vacío y el otro, dijo que el abogado Eduardo Cincotta y el juez Pedro Federico Hooft llamaban a la Base y pedían hablar con el sector de Inteligencia. De esos llamados dependía la suerte de algunos detenidos desaparecidos.

El primer testigo cumplió funciones en la compañía de servicio. Estaba a cargo del conmutador. Todas las llamadas telefónicas que entraban a la Base Aérea pasaban por él. El hombre con acento provinciano recordó que después del golpe de Estado, se habilitó un nuevo el interno, el número 2 y correspondía al viejo radar. Según el testigo, “un nido de ratas, un lugar abandonado” que acondicionaron para los detenidos desaparecidos.

Al ex colimba le tocó dos veces hacer guardia en “La Cueva”. Dijo que allí había al menos 18 personas encapuchadas y maniatadas. En una oportunidad tuvo que acompañar a uno de los detenidos al baño. Dijo ser un abogado y se ofreció para llevarle una carta a la familia. El testigo cumplió su promesa. Dejó la esquela debajo de la puerta de una casa del barrio Chauvín.

Ambos testigos dijeron que Molina representaba la autoridad en la Base Aérea. Era el segundo jefe de Inteligencia después del oficial Cerutti y siempre andaba muy armado. Aseguraron que el viejo suboficial había violado a algunas prisioneras. Participaba de los de los operativos de secuestro y lo llamaban “Charles Brondson o Sapo”. “Siempre andaba con carpetas y una tenía fotos de las personas que buscaban”. Una de esas imágenes era de un hombre que llamaban “Pájaro” y que lo acusaban de haber matado al teniente Fernando Cativa Tolosa.

Los colimbas contaron que durante la noche ingresaban autos de civil con gente encapuchada adentro y se dirigían directamente a La Cueva, al fondo del predio. También recordaron que el Casino de Oficiales era un lugar en que se alojaban presos. Lo llamaron los “presos vip”. Estaban en mejores condiciones y no eran torturados como los otros.

Los dos testigos coincidieron en que a la noche se escuchaban gritos y quejidos en La Cueva. Uno de ellos contó que había dos hombres de civil que venían desde el GADA 601 a interrogar a los detenidos.

A medida que pasaban los días, los colimbas se enteraban de aquellas cosas que en un primer momento fueron secretas y luego se transformaron en cotidianas. Los autos sin identificación llegaban con prisioneros cada vez más seguidos. Un Torino blanco, un Falcón y una Chevy eran los vehículos utilizados para los secuestros.

Según uno de los testigos, un tal “Pepé” –morocho grandote-, era quien manejaba la picana a la hora de los interrogatorios. “Los interrogatorios livianos eran a la tarde y los pesados a la noche”, dijo el ex conscripto. Sus dichos coincidieron con los de su compañero de promoción que relató que los gritos en La Cueva se escuchaban a la noche. La radio a todo volumen no podía tapar el quejido de los prisioneros durante la tortura.

Ambos reforzaron las declaraciones de una sobreviviente. Recordaron el día que una prisionera se cortó al frente tras caer de la escalera de entrada al viejo radar y los enfermeros Silva y Roldán la cosieron sin anestesia. También hablaron del asesinato de unos de los detenidos, el cura Domingo Cachiamani, que se trabó en lucha con uno de los carceleros y éste le pegó un tiro.

Los vuelos de la muerte


Uno de los testigos declaró que una noche mientras hacía guardia a unos cuantos metros de La Cueva pudo ver que un avión de la Armada que se guardaba en el hangar del aeropuerto carreteó hasta unos 150 metros de La Cueva y vio como sacaban bolsas que cargaban de a dos soldados. Eran personas semidormidas. El avión regresaba a la medía hora pero sin los prisioneros. El comentario entre los colimbas era que los arrojaban al mar.

En otra oportunidad el testigo vio que los prisioneros no eran embolsados y arrastrados sino que los sacaban con los pies maniatados y despiertos. Una vez más el avión volvió vacío.

A propósito de los vuelos de la muerte, uno de los ex conscriptos recordó que entre sus compañeros había un joven de apellido Quiroga. Había pedido prórroga para poder terminar la carrera de bioquímico. Luego hizo carrera dentro de la Fuerza Aérea y un día le confesó al grupo que se quería ir porque “el no había nacido para hacer ciertas cosas”. Le habían ordenado hacer un anestésico para adormecer a los prisioneros antes de subirlos a los aviones.

Testigo aseguró que el juez Hooft,llamaba por algunos prisioneros

Se comunicaba con la Base Aérea y pedía hablar con los oficiales que dirigían los secuestros



El conscripto que estaba a cargo del conmutador tenía la función de contestar cada llamada telefónica y derivarla a las distintas dependencias de la Base Aérea. Del GADA 601 llamaba el coronel Pedro Barda, jefe de la subzona militar XV. También lo hacía Alfredo Arrillaga, subjefe del GADA y responsable del servicio de Inteligencia de la zona. Desde la Base Naval se comunicaban Juan José Lombardo y Juan Carlos Malugani. Todos hablaban con el jefe de la Base.
Otros llamados eran directamente para los oficiales de Inteligencia Molina o Cerutti. El titular de la comisaría cuarta, el abogado Eduardo Cincotta y el juez Pedro Cornelio Federico Hooft se comunicaban seguido.

El ex colimba contó que recordaba el nombre del abogado por la firma que fabricaba neumáticos. Contó que cada vez que llamaba Cncotta “había revuelo”. El abogado pedía hablar con Cerutti o Molina. Ese día había movimiento en el Casino de Oficiales porque alguien se iba. Al rato venía el abogado y se llevaba a algunos de los “presos vip”.

Cincotta fue militante de la Concentración Universitaria Nacional (CNU) y después del golpe de Estado pasó a colaborar con la represión como informante. En el 2008 fue procesado por delitos de lesa humanidad y encarcelado. El septiembre de 2009 murió sin ser juzgado a causa de un cáncer fulminante.

Según el testigo, Hooft llamaba para informar sobre algunos recursos de amparos. Lo llamativo era que el magistrado pedía hablar con los oficiales de inteligencia, los encargados de los secuestros y no con la máxima autoridad militar en aquel entonces, el coronel Pedro Barda.

Los colimbas que sabían lo que pasaban celebraban que llamara el juez porque sabían que ese llamado implicaba que alguien era liberado. Uno de los detenidos del casino de Oficiales se iba a su casa. En más de una ocasión –contó el testigo-, el juez llamaba y como no lo podían atender avisaba que mandaba a Cincotta a la Base Aérea.

La declaración del ex conscripto refuerza algunas de las denuncias que pesan sobre el juez con pedido de juicio político. Hooft sabía que en la Base Aérea funcionaba un centro clandestino de detención que había un grupo de militares que secuestraba personas y elegía a quien liberar y a quien no. A sabiendas que aquellos que quedaban a merced de los militares terminarían muertos o desaparecidos.

Por Federico Desántolo-

No hay comentarios:

Publicar un comentario