Rodolfo Facio, después de más de 30 años, sabe que en La Cueva en 5 pasos se estaba en el baño y en siete se llegaba a la sala de torturas. Ayer frente al tribunal que juzga a Gregorio Rafael Molina, recordó que durante su cautiverio caminó una vez por día esos siete pasos.
Facio que vive en el barrio Bosque Grande desde hace más de 40 años no recuerda el año exacto de su secuestro pero si sabe que fue el 12 de abril a la madrugada. Antes de llevárselo a él, la patota compuesta por personal del Ejército y Fuerza Aérea fue tres veces a su casa de Reforma Universitaria al 700. Primero se llevaron a su cuñado Rubén Rodríguez después a su primo Alberto Yansen. La tercera vez dieron con él.
El recorrido de Facio no fue distinto al de otros detenidos desaparecidos. En el baúl de una Chevy blanca que luego vio estacionada en la puerta del GADA 601, fue primero a la comisaría cuarta, luego al destacamento Jorge Newbery y por último a La Cueva, abajo del viejo radar de la Base Aérea. El testigo supo que estaba ahí al quinto día. El ruido de los aviones que llegaban y salían el aeropuerto y el silbato del referí en la cancha de Judiciales, los fines de semana fueron sus referencias espacio temporales.
Facio estuvo 23 días detenido, ayer recordó que fue en un cuarto con piso de parquet. Con él estaban un trabajador de la construcción llamado Roberto Allamanda, su cuñado Rubén Rodríguez, Ramón Fleitas y otras cinco personas de las cuales no recuerda el nombre. Si sabe que entre ellas, había una mujer. También aseguró que había una joven embarazada pero estaba en otra habitación.
Durante su cautiverio siempre estuvo encapuchado pero eso no le impidió reconocer 8 años después junto a una comisión de la Conadep, el lugar donde estuvo alojado. Allí recibía trompadas y patadas durante el día y “máquina” a la noche. En la tortura le preguntaban siempre por las mismas personas. Una de ellas era Víctor Hugo Suárez, un hombre que solía parar en la casa de su cuñada y que los militares lo sindicaban como el responsable de la muerte Fernando Cativa Tolosa, un teniente del Ejército que murió durante un enfrentamiento en octubre del ‘76.
“Desde el primer día hasta el último siempre contesté lo mismo porque era lo único que sabía”, recordó Facio ante el tribunal. La persona que lo interrogaba era la misma que lo iba a buscar a la celda y la misma que le puso la pistola en la cabeza a su hija de a penas unos meses el día que lo secuestraron. Sabe que era petizo y que tenía un acento provinciano. “Voz de mando y autoritaria, se creían que eran los dueños de tu vida”, contó el testigo.
Facio aseguró que lo secuestraron porque los militares buscaban a Suárez, pero quien les “marcó” la casa al grupo de tareas fue José Sosa, un compañero de trabajo a quien consideraba su hermano. Tiempo después supo que era un informante del Ejército.
Después de 23 días, Facio fue liberado. Le pidió a su carcelero que le dejara ver a su cuñado para avisarle que se iba. El guardia con acento correntino le dijo que seguro cuando llegara a su casa Rodríguez ya iba estar ahí e iban a festejar juntos. Su cuñado y el resto de las personas que vio en La Cueva continúan desaparecidas.
Por Federico Desántolo
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