Cuando en 1975 ingresó al área de Inteligencia de la Base Aérea tenía 31 años y su concepto como militar fue revalorizado por sus superiores. Antes era un suboficial problemático. La primera sanción le llegó a los 21 años: borracho, protagonizó un escándalo en el casino de oficiales.
A Gregorio Rafael Molina, la bebida se le dio como vicio y eso preocupó en un principio a sus superiores. Los informes militares hablaban de un suboficial que tenía que ser vigilado todo el tiempo. Era un mal militar que se olvidaba de sus obligaciones y se la pasaba castigado. Pero a partir del golpe de Estado de 1976, se transformó en un agente indispensable deseado por toda la oficialidad para que cumpliera funciones bajo su cargo. Un militar ejemplar que trabajaba a destajo y a cualquier hora. La bebida ya no era un problema sino una característica más.
Su sadismo es recordado por los sobrevivientes del centro clandestino de detención “La Cueva” que funcionó en la Base Aérea. Algunos testimonios lo identifican como aquel que cuando estaba borracho era más agresivo de lo habitual durante los interrogatorios. Molina comenzará hoy a ser juzgado por secuestro, torturas, homicidio y violación.
Nació el 2 de abril de 1944 en Chilecito, La Rioja. A los 14 años viajó a Córdoba para ingresar a la Fuerza Aérea. Allí tuvo sus primeros problemas con la bebida y se dibujaba su perfil de hombre desganado y apático.
En 1974 llegó a la Base Aérea de Mar del Plata bajo el mando del comodoro Ernesto Alejandro Agustoni. Permaneció allí hasta 1982. El suboficial problemático y borracho fue un elemento indispensable en la “lucha contra la subversión”. La tortura, los asesinatos y las violaciones a mujeres indefensas fueron su especialidad.
A partir de 1975 pasó a desempeñarse en el área de Inteligencia. En declaración ante la justicia, Agustoni dijo que fue designado a colaborar para atender las necesidades del radar. Un eufemismo para nombrara al centro clandestino de detención.
A mediados de ese año, Molina recibió a los primeros detenidos ilegales: un grupo de trabajadores de Minas y Canteras que fueron alojados en el casino de oficiales.
Después del golpe de Estado en marzo del ’76 fue asignado a “carga aérea”. Fue quien organizó los traslados de detenidos de una ciudad a otra. Su jefe inmediato dijo que hacía su tarea con entusiasmo. Los colimbas lo conocían con el apodo de “Sapo”. Para los detenidos desaparecidos y compañeros del grupo de tareas era “Charles”, por su parecido con el actor Charles Bronson.
Tuvo activa participación en “La noche de las Corbatas”, ocurrida en julio de 1977 cuando la dictadura secuestró a un grupo de abogados laboralistas en menos de 48 horas.
El abogado Jorge Candeloro fue secuestrado en Neuquén junto a su esposa Marta García. En Mar del Plata corrieron la misma suerte los abogados Norberto Centeno; Tomás Fresneda, su esposa Mercedes Argañaraz, Raúl Hugo Alais, Salvador Arestín; Camilo Ricci y Carlos Bozzi.
Molina debe responder por las muertes de Centeno y Candeloro, y por las torturas sufridas por Marta García, entre otras imputaciones. Los abogados Ricci y Bozzi lograron sobrevivir. El resto continúa desaparecido.
Un informe de la Fuerza Aérea definió el comportamiento de Molina durante los años de terror: un hombre leal, constructivo y con espíritu de grupo. Buen poder de fatiga, gentil y cortés. A lo largo de infinitas declaraciones judiciales e informes militares, sus camaradas negaron que Molina cumpliera funciones en ese lugar. Intentaron protegerlo.
Los sobrevivientes de La Cueva lo recuerdan como un hombre violento y sanguinario. Integrante de los grupos de tareas que salían de cacería durante las noches de la dictadura. Recuerdan su enorme anillo que no se quitaba a la hora de golpear para causar mayor daño y dolor. Algunos sobrevivientes le vieron la cara, entre ellas, las cautivas a las que les quitaba la capucha para violarlas.
Federico Desántolo
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